jueves, 28 de marzo de 2013

UN AMOR EN FORMA DE CRUZ: VIERNES SANTO




Cuando llegaron al lugar llamado ``La Calavera”, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos. Y el pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se mofaban de Él, diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido. Los soldados también se burlaban de Él, acercándose y ofreciéndole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también una inscripción sobre El, que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS  Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos. Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU  Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente. (Lucas 23, 33-47) 


El Viernes Santo se nos invita a contemplar el misterio de la ofrenda de Cristo en el calvario. El vía crucis que se medita en este día, normalmente por la mañana, es la representación vivencial de lo que se realiza en la profunda liturgia de la tarde. Como quien contempla la misma escena desde diversos ángulos, las lecturas nos van, poco a poco, haciendo penetrar en el misterio de la cruz de Cristo. Los textos del siervo de Yahveh y de la carta a los hebreos y, de modo especial, la lectura de la pasión nos van pintando, con gran realismo, la esencia de lo que se vivió en el primer Viernes Santo: la ofrenda que Jesús hizo de su vida, como sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad, eligiendo para ello una forma de muerte tremenda y humillante: la crucifixión, la muerte destinada a los esclavos, la muerte que hacía a los seres humanos temblar por su crueldad y a los judíos horrorizarse por ser una señal del rechazo de Dios (maldito es el hombre que cuelga de un madero, dice la escritura, Dt 21,23). En la continuación del rito del Viernes Santo, nos acercamos con reverencia a besar la cruz, que, a partir de Jesús, ya no es un terrible instrumento de tortura, sino el lugar en el que se descubre el misterio de amor, que se encierra tras un misterio de dolor inmenso, que se ha producido para nuestro bien. Al término de la celebración, recibimos la persona de Cristo en la eucaristía que hemos consagrado el jueves, indicando así la unión entre la presencia eucarística y la entrega total del calvario: en cada uno de nosotros se hace presente el amor personal de Jesús Crucificado. 

El Viernes Santo, Jesús no escatimó nada para demostrarnos su amor, para invitarnos a confiar en su amor. La muerte que, por naturaleza, es el fin y la destrucción de toda relación, es, paradójicamente, transformada por él en la relación más intensa con cada uno de nosotros, porque su muerte nos acerca a él, nos libera de lo peor de nosotros y proclama la victoria de su amor. El viernes Santo es el día de la presencia de un amor que redime y salva al mundo, de un amor que transforma la muerte violenta en sacrificio voluntario por todos nosotros que somos la causa de los sufrimientos del Redentor, quien al dar “su vida como rescate por muchos”, reconcilia a toda la humanidad con Dios. De la cruz del Viernes Santo brota la certeza de un amor que renueva el mundo.

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