sábado, 30 de marzo de 2013

VOLVER A CREER, VOLVER A VIVIR: ¡HA RESUCITADO!



Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras. Se acercaron a la aldea adónde iban, y El hizo como que iba más lejos. Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero El desapareció de la presencia de ellos. Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. (Lucas 24,1-34) 

La resurrección de Jesús no es sólo el final bonito de una película dramática. La Resurrección es la buena nueva del triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, y representa, con la Cruz, una parte esencial del Misterio pascual. La resurrección es el acto supremo e insuperable del poder de Dios que nos señala a Jesús de Nazaret como nuestro Salvador y como nuestro Señor, lo que la constituye en el acontecimiento que se funda toda nuestra fe, el contenido central en el que creemos y el motivo principal por el que creemos. 

La resurrección de Cristo es un salto de calidad en la comprensión de su persona y en el significado de nuestra relación con él, pues no es un simple retorno a la vida terrena. Aunque su cuerpo resucitado es el mismo que fue crucificado, y lleva las huellas de su pasión, ahora participa ya de la vida divina, con las propiedades de un cuerpo glorioso. Antes de la resurrección, Jesús era solo un profeta poderoso en obras y palabras y, además, fracasado de modo estrepitoso. Antes de la resurrección, Jesús era solo alguien que, una vez más, había defraudado todas nuestras esperanzas de que podríamos romper las esclavitudes que nos postran por tierra una y otra vez. Pero, después de la resurrección, Jesús es alguien que devuelve el sentido de la vida, incluso en sus giros más difíciles, después de la resurrección, Jesús es alguien nos restituye la certeza en el plan de Dios, después de la resurrección Jesús es alguien que vuelve a hacer que arda nuestro corazón. Por eso la resurrección nos llena de la alegría que brota de un anuncio estupendo: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). En toda la historia del mundo, esta es la "buena nueva" por excelencia, es el "Evangelio" anunciado y transmitido a lo largo de los siglos, de generación en generación. Esto es lo que nos hace exclamar los siguientes cincuenta días: ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! 

viernes, 29 de marzo de 2013

SILENCIO, SE ESPERA: SÁBADO SANTO





Había un hombre llamado José, miembro del consejo, varón bueno y justo (el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios. Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo. Y las mujeres que habían venido con El desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo. Y cuando regresaron, prepararon especias aromáticas y perfumes. Y en el día de reposo descansaron según el mandamiento. (Lc, 23,50-56). 

El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio. Las Iglesias están desnudas y no se celebran liturgias particulares. El Sábado Santo es uno de los días más difíciles de vivir, porque es un día en el uno no sabe exactamente qué hacer, o qué es lo que significa. Sin embargo, el Sábado Santo es el día en que descubrimos, precisamente en ese vacío, la verdad de la muerte de Cristo, por la realidad de su sepultura. Es el día del duelo, el día en el que nos damos cuenta de que el amigo ya no está entre nosotros. Como sucede cuando se nos muere alguien querido y cada uno regresa a su casa después del entierro, el sábado es el día en que experimentamos, de algún modo, el no tener a Jesús. En este día no hay eucaristía, como una señal de la verdad de esta ausencia. 

Pero al mismo tiempo, es un día de confianza, no en lo que nosotros sabemos, sino en el plan de Dios. Un día para confiar en Dios, para que apoyados en Él tengamos la fortaleza para seguir caminando, pues Él sabe cómo transformar nuestro duelo, en esperanza. Lo que a los ojos humanos es una derrota total, sellada por una piedra, desde el interior se vive como la contemplación de un amor que se entrega totalmente. En la sepultura de Jesús, la muerte está, desde su interior, superada. La muerte ha sido, tan profundamente herida, que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra sobre los seres humanos. 

Es el día en el que podemos profundizar todo lo que hemos vivido desde el jueves por medio de la oración, la reflexión, y, sobre todo, por una decisión firme hacia una auténtica conversión, fruto del enraizamiento en nuestro corazón del amor experimentado. El Sábado Santo, es un día especial para reflexionar y acompañar espiritualmente a María, la madre de Jesús. Ella, que siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente al pie de la cruz, puede ser una magnifica intercesora para que entendamos las consecuencias para nuestras vidas del misterio de la ofrenda de Jesús, hasta la muerte por nosotros, en el misterio pascual. La sensación de estar un poco perdidos se romperá cuando, en la noche del Sábado Santo, durante la solemne Vigilia pascual, se entone el canto del Aleluya, alumbrado por el Cirio Pascual, que anuncia la resurrección de Cristo y proclama la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte. Todos los hombres anhelamos en el corazón, un cambio, una transformación del mundo. La muerte verdadera de Jesús, su sepultura, es capaz de renovar efectivamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, la muerte es semilla de vida. 




jueves, 28 de marzo de 2013

UN AMOR EN FORMA DE CRUZ: VIERNES SANTO




Cuando llegaron al lugar llamado ``La Calavera”, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y echaron suertes, repartiéndose entre sí sus vestidos. Y el pueblo estaba allí mirando; y aun los gobernantes se mofaban de Él, diciendo: A otros salvó; que se salve a sí mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido. Los soldados también se burlaban de Él, acercándose y ofreciéndole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había también una inscripción sobre El, que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS  Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. Era ya como la hora sexta, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos. Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU  Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente. (Lucas 23, 33-47) 


El Viernes Santo se nos invita a contemplar el misterio de la ofrenda de Cristo en el calvario. El vía crucis que se medita en este día, normalmente por la mañana, es la representación vivencial de lo que se realiza en la profunda liturgia de la tarde. Como quien contempla la misma escena desde diversos ángulos, las lecturas nos van, poco a poco, haciendo penetrar en el misterio de la cruz de Cristo. Los textos del siervo de Yahveh y de la carta a los hebreos y, de modo especial, la lectura de la pasión nos van pintando, con gran realismo, la esencia de lo que se vivió en el primer Viernes Santo: la ofrenda que Jesús hizo de su vida, como sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad, eligiendo para ello una forma de muerte tremenda y humillante: la crucifixión, la muerte destinada a los esclavos, la muerte que hacía a los seres humanos temblar por su crueldad y a los judíos horrorizarse por ser una señal del rechazo de Dios (maldito es el hombre que cuelga de un madero, dice la escritura, Dt 21,23). En la continuación del rito del Viernes Santo, nos acercamos con reverencia a besar la cruz, que, a partir de Jesús, ya no es un terrible instrumento de tortura, sino el lugar en el que se descubre el misterio de amor, que se encierra tras un misterio de dolor inmenso, que se ha producido para nuestro bien. Al término de la celebración, recibimos la persona de Cristo en la eucaristía que hemos consagrado el jueves, indicando así la unión entre la presencia eucarística y la entrega total del calvario: en cada uno de nosotros se hace presente el amor personal de Jesús Crucificado. 

El Viernes Santo, Jesús no escatimó nada para demostrarnos su amor, para invitarnos a confiar en su amor. La muerte que, por naturaleza, es el fin y la destrucción de toda relación, es, paradójicamente, transformada por él en la relación más intensa con cada uno de nosotros, porque su muerte nos acerca a él, nos libera de lo peor de nosotros y proclama la victoria de su amor. El viernes Santo es el día de la presencia de un amor que redime y salva al mundo, de un amor que transforma la muerte violenta en sacrificio voluntario por todos nosotros que somos la causa de los sufrimientos del Redentor, quien al dar “su vida como rescate por muchos”, reconcilia a toda la humanidad con Dios. De la cruz del Viernes Santo brota la certeza de un amor que renueva el mundo.

miércoles, 27 de marzo de 2013

HASTA LO PUEDO TOCAR: JUEVES SANTO


Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa, y con El los apóstoles, y les dijo: Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado una copa, después de haber dado gracias, dijo: Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios. Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y se lo dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de mí. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes. (Lucas 22, 14-23) 


El Jueves Santo es el gran pórtico del triduo sacro, los días del gran amor de Jesús por nosotros. Cada día del triduo sacro nos recuerda ese amor de un modo diferente. El. Jueves Santo pone ante nuestra vista el misterio de la entrega de Jesús, hecho sacramento de amor. El jueves, el amor se hace alianza, una alianza que implica la entrega total de Jesús para que nuestros pecados sean eliminados. En la eucaristía, que Jesús realiza por primera vez, El hace la ofrenda de su cuerpo y de su sangre bajo el misterio del pan y del vino. Ofrenda que, horas después hará en la realidad de la cruz. Existe una conexión inseparable entre la última Cena y la muerte de Jesús, pues el Jueves Santo Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, su existencia terrena, se entrega a sí mismo, anticipando su muerte y transformándola en acto de amor. En la eucaristía, Jesús se hace presente de modo real, con su cuerpo entregado y con su sangre derramada, como sacrificio de la Nueva Alianza y constituye a los Apóstoles y a sus sucesores ministros de este sacramento, que entrega a su Iglesia como prueba suprema de su amor. Jesús instituye, al mismo tiempo, la Eucaristía como “memorial” de su sacrificio, y a sus Apóstoles como sacerdotes de la nueva Alianza. 

El amor de Jesús en el Jueves Santo es tan concreto que lo podemos tocar, lo podemos comer, lo podemos hacer plenamente nuestro. El amor de Jesús es tan concreto que se hace amor al prójimo, en el rito del lavatorio de los pies. Es este un momento de amor hasta el extremo, a modo de parábola viviente, que Jesús realiza para enseñarnos que se despoja de su divinidad, que se inclina sobre nuestras miserias y las limpia. En este gesto, que Jesús inaugura en la última cena, se resume su vida y se manifiesta manifestación su amor hasta el colmo, su amor infinito, que, al entregarse a nosotros, nos hace capaces de amar como Jesús nos ha amado. 

El Jueves Santo se prolonga en la noche de Getsemaní, donde Jesús experimenta la soledad y la angustia mortal. En el huerto de Getsemaní, a pesar del horror que suponía la muerte, el Hijo de Dios se adhiere a la voluntad del Padre; para salvarnos acepta soportar nuestros pecados en su cuerpo, “haciéndose obediente hasta la muerte”. En este día, nosotros le podemos acompañar como no lo hicieron los apóstoles, pues en la reserva del Santísimo (lo que conocemos como El Monumento) contemplamos a Jesús en la hora de su soledad y, de una manera casi física, velamos con él, lo consolamos en su tristeza y depresión. Cada Jueves Santo, el relato de Getsemaní se hace vivo de nuevo, porque su amor por nosotros no tiene fin y nos acompaña siempre, en nuestras soledades, en todas las noches en las que se nos ha hecho pesada la fidelidad a la voluntad de Dios y en las que hemos sentido la amenaza de la traición.


domingo, 24 de marzo de 2013

EL REY DE RAMOS




Comenzamos la semana santa hoy, domingo de ramos. Comienzo contradictorio, porque presenta dos signos opuestos. La misa comienza con una celebración festiva. Con ramos en nuestras manos, escuchamos el evangelio de la entrada de Jesús a Jerusalén. Este momento, más que un simpático acto folclórico, es una verdadera profesión de fe en Cristo victorioso. Así entramos a la iglesia: proclamando que Cristo es rey. Sin embargo, nada más sentarnos para escuchar lo que este rey nos dice, nos quedamos sorprendidos. Porque el mensaje es de derrota. Se habla de dolor, de humillación, de cruz, de abajamiento extremo. El evangelio nos narra la pasión, para terminar de dibujar el cuadro. El rey está en la cruz. El trono del rey es la cruz. Todo esto nos deja extrañados. Pues el modo humano de ver la victoria nunca es desde la cruz, es desde el resplandor, desde la euforia. Pero Jesús nos enseña otro modo de reinar. 

El evangelio nos presenta tres autoridades: la de Pilato, la de Herodes y la de los sumos sacerdotes. Los tres quieren reinar por la imposición a los demás, por las armas, por la política, por el mal uso de la religión. La confluencia de estos tres poderes, acaba por eliminar al rey verdadero. Frente a estos tres poderes, se levantan tres modelos humanos sin ningún poder: los que miran y acompañan sin poder hacer nada, el cireneo, que es obligado a llevar la cruz, y el ladrón condenado a muerte que pide a Jesús que le de un lugar en su reino. Estos tres tipos nos hablan de los seres humanos que nada pueden, los que están atados, los que no cuentan. En medio de ellos está Jesús. Un Jesús condenado a muerte y ejecutado y, sin embargo, un Jesús rey verdadero. Sus palabras en la cruz, como nos las entrega san Lucas, son señales de realeza: solo un rey puede otorgar el perdón (padre perdónalos porque no saben lo que hacen), solo un rey puede prometer un reino (te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso), solo un rey puede entregar su espíritu en plena libertad (padre en tus manos encomiendo mi espíritu). 

Jesús se nos presenta como rey en su trono, que es la cruz, porque es el lugar desde donde su amor se muestra, por un lado, más fuerte que los poderes de esta tierra (para que lo oigan los pilatos, herodes y jerarcas) y, por otro lado, capaz de dar esperanza a los que nunca han sido tomados en cuenta (para que se llenen de esperanza los cireneos solidarios, los acompañantes que solo pueden llorar y los ladrones que piensan que la condena es lo único que pueden recibir). Al final, las palabras del centurión romano desvelan la verdad de lo que hemos vivido el domingo de Ramos: en verdad este hombre es justo. El oficial del ejército de ocupación da la sentencia sobre el hombre que muere en la cruz: EL TENIA RAZON, EL ES EL VERDADERO REY. Luego sigue la misa, normal, por así decirlo. Pero en el sacramento de la eucaristía que se ofrece en el altar, encontramos la fuerza para volver a casa con la certeza de que, como Jesús en la cruz, también en nuestro hogar, SERVIR ES REINAR Y REINAR ES SERVIR, y entregarse por los demás es el camino de triunfo que Jesús nos propone en cada semana santa. Donde parecía que había que elegir entre el camino de la humillación o el de la prepotencia, se nos muestra el camino del rey: la entrega de uno mismo por amor a los que tenemos en nuestra vida y en nuestro corazón.

sábado, 16 de marzo de 2013

SINFONÍA CUARESMAL: CODA Y ENCORE, 5o. PASO CAMINAR EN EL AMOR


La certeza del amor, que hemos descubierto en nuestra vida no puede convertirse en una concesión a la pasividad. Al contrario, debe ser una invitación a ponernos en marcha para reflejar en nuestra vida lo que hemos experimentado en nuestro corazón. Caminar en el amor es la consecuencia casi necesaria de haberlo experimentado. Caminar en el amor es orientarse a una nueva vida que tiene como objetivo la búsqueda del bien. Como decía San Pablo, que lo había vivido en primera persona: “Una cosa hago: olvido lo que dejé detrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Flp 3, 13-14). El camino en el amor acaba siendo el compromiso lógico de quien sabe que ha sido liberado del mal y puesto de nuevo en el bien y la vida. 
Este quinto paso, se nos muestra en el evangelio que se lee en el último domingo de cuaresma de este año: el evangelio de la mujer adúltera, que narra San Juan. Mientras Jesús está enseñando en el Templo, los escribas y los fariseos le llevan a una mujer sorprendida en adulterio, para la cual la ley de Moisés preveía la lapidación. Esos hombres piden a Jesús que juzgue a la pecadora con la finalidad de "ponerlo a prueba" y de impulsarlo a dar un paso en falso. La escena está cargada de dramatismo: de las palabras de Jesús depende la vida de esa persona, pero también su propia vida. De hecho, los acusadores hipócritas fingen confiarle el juicio, mientras que, en realidad es a Jesús a quien quieren acusar y juzgar. Jesús, en cambio, como sabe lo que hay en el corazón de cada hombre, quiere condenar el pecado, pero salvar al pecador, y desenmascarar la hipocresía. Mientras los acusadores lo interrogan, Jesús escribe con el dedo en el suelo, como escribiendo la sentencia por parte de quien es la Justicia en persona. Y ¿cuál es su veredicto? "Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Estas palabras están llenas de la fuerza de la verdad, que derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia mayor, la del amor, que consiste el cumplimiento pleno de toda ley. 
Este evangelio nos presenta dos deformaciones que pueden poner en riesgo el camino del amor: el adulterio, es decir el amor que se hace injusto con el otro, y la hipocresía, es decir el corazón que olvida el amor y se pone al servicio de intereses egoístas. Jesús ante la adúltera y sus acusadores, (una y otros, imágenes del equivocado camino del amor), presenta el camino verdadero del amor. El camino del amor comienza por no erigirse en juez de nadie, el camino del amor implica la misericordia con el otro, el camino del amor requiere el examen de la propia conciencia y, finalmente, el camino del amor ayuda al otro a encontrar de nuevo el bien, la verdad, el amor auténtico y el futuro en la propia existencia. Esos son los rasgos del camino del amor que nos enseña Jesús y que nos invita a seguir a lo largo de esta cuaresma. 

Seguir los cinco pasos que hemos presentado en fomra de "sinfonía" a lo largo de esta cuaresma, nos ayudaran a vivirla mejor. Si los tomamos como un compromiso que ejercitamos poco a poco, descubriremos que la cuaresma no es solo una época para hacer renuncias de poco sentido, sino un tiempo para encontrar lo que llena de sentido toda la vida, incluidas sus renuncias. Un tiempo para encontrar una Persona ante la que ponemos a prueba la calidad de nuestro amor, el valor de nuestro corazón, la sinceridad de nuestra vida. Entonces, estaremos listos para caminar con Jesús hacia la Pascua, manifestación de un amor que cambia nuestra vida. Habrá entonces merecido la pena vivir la cuaresma. 

(UN ENCORE DE SUGERENCIAS PRÁCTICAS)

Cómo vivir la Cuaresma 
1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome. 
Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para llevarla a cabo. 

2. Luchando por cambiar. 
Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir. 

3. Haciendo algunos sacrificios. 
La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa "hacer sagrado". Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio. 

4. Haciendo oración. 
Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma, o ayudarte de un buen libro de meditación para Cuaresma. 

sábado, 9 de marzo de 2013

SINFONIA CUARESMAL: EL 4o.MOVIMIENTO, SABERSE AMADOS



El cambio de vida, que se nos propone en la cuaresma, no es solo un esfuerzo moral, como quien se adhiere a una filosofía o sigue una dieta. El cambio de vida es consecuencia de una certeza central, que nace de la experiencia cristiana, para el ser humano: en cualquier circunstancia en que te encuentres, eres un amado de Dios. Dios nos ama siempre y, para mostrárnoslo, Jesús lo hace gráfico en la parábola del hijo pródigo, que es el evangelio que escucharemos este cuarto domingo de Cuaresma. En esta narración,  vemos que la relación con Dios es siempre un proceso hacia el amor maduro. Y es importante saber en que etapa nos encontramos de ese trascendental sendero. A veces podemos entender la relación con Dios como una relación infantil, impulsada por la necesidad, por la dependencia. Pero cuando el ser humano crece y se hace libre, adulto, capaz de regularse por sí mismo y de hacer sus propias opciones de manera autónoma, si su relación con Dios sigue siendo infantil, puede llegar a pensar que no importa prescindir de Dios, orientándose hacia el ateísmo, o, en la mayoría de las ocasiones, hacia la indiferencia religiosa, actitud que, con frecuencia, no es sino una huida de la exigencia de descubrir el auténtico rostro de Dios. Quedarse con un Dios infantil, como vemos en la parábola del hijo pródigo, puede llevar incluso a la "rebelión contra Dios", que es otra forma inmadura de relacionarse con Dios y con los demás. 
Pero Dios no nos abandona nunca, El es fiel y, aunque nos “alejemos”, no deja de seguirnos con su amor, ayudándonos a salir de nuestros errores y hablando a nuestra conciencia para volvernos hacia El. Esa es siempre la experiencia regeneradora de la misericordia, que, en la certeza del perdón, reconoce que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, y mayor de lo que mereceríamos por justicia. A lo largo de la vida, el amor de Dios nos invita a una relación de hijos adultos y libres con El. Esta experiencia nos desvela el verdadero rostro de Dios y su corazón: El es nuestro Padre, que por amor nos ha creado libres y dotados de conciencia, que sufre si nos perdemos y se alegra si nos acercamos a Él, por medio de una relación madura, basada en el agradecimiento y el amor auténtico. Sabernos amados es una certeza que, sea cual sea el desarrollo de nuestra vida, nunca nos aparta del camino de modo definitivo, siempre nos vuelve a enseñar que hay un camino hacia la casa donde un Padre nos espera con los brazos abiertos para hacer fiesta con nosotros.

domingo, 3 de marzo de 2013

SINFONIA CUARESMAL: EL 3ER MOVIMIENTO: CAMBIAR DE VIDA



Parecería que, con todo lo anterior, ya es bastante: elegir un plan y tener una guía. Sin embargo no podemos dejar de lado un aspecto muy importante del ser humano: NO SOMOS PERFECTOS, es decir, estamos en constante renovación interior y exterior.  Una actitud sana ante la vida reclama de nosotros un corazón humilde y sensato. No hacerlo así es pensar que ya hemos terminado todo lo que teníamos que mejorar en la vida, lo cual es, por lo menos, ligereza, si es que no autosuficiencia. El camino de la vida lo tenemos que hacer conscientes de nuestras posibilidades, y muy conscientes de nuestras debilidades. Si no es así, podemos caminar a ciegas y no ver las señales que nos van marcando a veces etapas, a veces significados, a veces llamadas que se nos hacen, a veces riesgos que es necesario evitar. Querer caminar implica necesariamente cambiar. ¿Qué es lo que tenemos que cambiar? A veces un simple examen interior nos basta para descubrirlo: no tenemos tanto polvo encima como para no vernos. Pero a veces, es necesario algo más, pues nos podemos haber cubierto de tanto polvo, que no somos capaces de vernos a nosotros mismos. ¿De dónde viene ese polvo? De muchas partes: superficialidad, ligereza, tibieza, comodidad, modas, pereza, costumbres, enojos, rebeldías, malos ejemplos, incomprensiones, y la letanía se podría alargar. Entonces, hace falta algo más que introspección. Hace falta una conmoción. 
De eso se nos habla en el evangelio del tercer domingo de cuaresma, para invitarnos al cambio de vida. Jesús es interpelado acerca de unos hechos luctuosos que habían sucedido en Jerusalén: el asesinato, dentro del templo, de algunos galileos, por orden de Poncio Pilato, y la caída de una torre sobre algunos transeúntes (cf. Lc 13, 1-5). Frente a la fácil conclusión, que sus contemporáneos le presentaban, de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y les pone en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras que sufren los seres humanos sean efecto de las culpas personales de quien las padece, por eso les contesta: "¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, se lo aseguro; y si ustedes no se convierten, todos perecerán del mismo modo". Jesús, va más allá de lo superficial e invita a sus oyentes a que vean esos hechos  de modo que sean motivo de reflexión sobre la propia vida y no motivo de acusación de los prójimos. Por eso, los sitúa en la perspectiva de la conversión, del cambio de vida. Así, les hace pensar que las desventuras, los acontecimientos luctuosos, no son para suscitar curiosidad o para buscar presuntos culpables, sino que son ocasión de reflexión, para devolvernos al realismo e interrogarnos sobre la relación de nuestra vida con Dios y con el prójimo, y, de ese modo, fortalecer, con la ayuda del Señor, el compromiso de cambiar de vida. 

Cambiar de vida requiere, en primer lugar, estar conscientes de la propia miseria y del respeto con que hay que relacionarse con Dios, con el prójimo y con uno mismo. De lo contrario, se es incapaz de encontrar el camino de salida del mal y orientarnos hacia el bien. Este camino hacia Dios, hacia los demás y hacia lo mejor de nosotros mismos, no se muestra a los que están llenos de suficiencia y ligereza, sino a quienes son capaces de asumir una actitud de humildad y desapego interior. Cada uno lo tiene que hacer a su estilo, pero todos lo tenemos que hacer, siguiendo el modo personal en que Dios se manifiesta en nuestra vida. Lo que nos tiene que quedar claro es que la posibilidad de cambio de vida exige aprender leer los hechos que nos suceden desde una perspectiva superior, esa que llamamos perspectiva de fe. Ante las cosas “buenas” (éxitos, aplausos, conquistas, realizaciones), o “malas” (sufrimientos, lutos, fracasos, derrotas), hemos de leer la historia humana con los ojos de Dios, el cual, sabemos que quiere siempre y solamente el bien de sus hijos, y que, en medio de su amor, a veces permite la prueba para llevarnos a un bien más grande. Cambiar de vida, convertirse, nos orienta en este sentido en cuatro dimensiones: evitar el mal, crecer en el amor, ayudar concretamente al prójimo en situación de necesidad, y vivir la alegría de los dones recibidos y de la amistad renovada con Dios y con los demás. Toda esta enseñanza se verá resumida en la parábola de la higuera que nos muestra al corazón de Dios siempre dispuesto a darnos una oportunidad de cambio.