viernes, 29 de marzo de 2013

SILENCIO, SE ESPERA: SÁBADO SANTO





Había un hombre llamado José, miembro del consejo, varón bueno y justo (el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios. Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo. Y las mujeres que habían venido con El desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo. Y cuando regresaron, prepararon especias aromáticas y perfumes. Y en el día de reposo descansaron según el mandamiento. (Lc, 23,50-56). 

El Sábado Santo se caracteriza por un gran silencio. Las Iglesias están desnudas y no se celebran liturgias particulares. El Sábado Santo es uno de los días más difíciles de vivir, porque es un día en el uno no sabe exactamente qué hacer, o qué es lo que significa. Sin embargo, el Sábado Santo es el día en que descubrimos, precisamente en ese vacío, la verdad de la muerte de Cristo, por la realidad de su sepultura. Es el día del duelo, el día en el que nos damos cuenta de que el amigo ya no está entre nosotros. Como sucede cuando se nos muere alguien querido y cada uno regresa a su casa después del entierro, el sábado es el día en que experimentamos, de algún modo, el no tener a Jesús. En este día no hay eucaristía, como una señal de la verdad de esta ausencia. 

Pero al mismo tiempo, es un día de confianza, no en lo que nosotros sabemos, sino en el plan de Dios. Un día para confiar en Dios, para que apoyados en Él tengamos la fortaleza para seguir caminando, pues Él sabe cómo transformar nuestro duelo, en esperanza. Lo que a los ojos humanos es una derrota total, sellada por una piedra, desde el interior se vive como la contemplación de un amor que se entrega totalmente. En la sepultura de Jesús, la muerte está, desde su interior, superada. La muerte ha sido, tan profundamente herida, que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra sobre los seres humanos. 

Es el día en el que podemos profundizar todo lo que hemos vivido desde el jueves por medio de la oración, la reflexión, y, sobre todo, por una decisión firme hacia una auténtica conversión, fruto del enraizamiento en nuestro corazón del amor experimentado. El Sábado Santo, es un día especial para reflexionar y acompañar espiritualmente a María, la madre de Jesús. Ella, que siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente al pie de la cruz, puede ser una magnifica intercesora para que entendamos las consecuencias para nuestras vidas del misterio de la ofrenda de Jesús, hasta la muerte por nosotros, en el misterio pascual. La sensación de estar un poco perdidos se romperá cuando, en la noche del Sábado Santo, durante la solemne Vigilia pascual, se entone el canto del Aleluya, alumbrado por el Cirio Pascual, que anuncia la resurrección de Cristo y proclama la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte. Todos los hombres anhelamos en el corazón, un cambio, una transformación del mundo. La muerte verdadera de Jesús, su sepultura, es capaz de renovar efectivamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, la muerte es semilla de vida. 




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