viernes, 2 de marzo de 2012

CUARESMA: BUSCAR EL ROSTRO DE JESUS (2A PTE)

 (ANTERIORMENTE SUBI AL BLOG LOS TRES PRIMEROS RASGOS DE JESUS EN ESTA CUARESMA, HOY LES DEJO EL FINAL DE ESTA REFLEXION)
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Rasgo cuarto: Jesús es el nuevo templo de Dios. El templo para los judíos no era una simple casa. El templo era el lugar donde Dios vivía de verdad, era el lugar de la alianza entre Dios y el hombre, era el único lugar donde el hombre podía dirigirse y encontrarse con Dios. En Jesús ese templo ya no es una casa de piedra. Ahora es una persona. Jesús verdadero templo, purifica el templo viejo, es decir, quita al templo viejo todo lo que los seres humanos le habíamos puesto de superfluo, de miserable, de contaminado, con nuestra fragilidad. Al mismo tiempo, Jesús nos enseña que su humanidad es el verdadero templo. Ya no tenemos necesidad de un templo si lo tenemos a él, ya tenemos la certeza de la cercanía de Dios si lo tenemos a él, ya tenemos la seguridad de que Dios nos escucha si lo tenemos a él. La cercanía de Jesús es lo que nos garantiza la constante purificación de nuestra relación con Dios. El sabe lo que hay en mí y se encarga de llevar a plenitud nuestra mutua relación.

Quinto rasgo de Jesús: Jesús es el amor de Dios entregado por nosotros para que tengamos vida eterna. Este rasgo es esencial, pues refleja todo el sentido de la vida de Jesús. No se entiende nada sin esto, todo se entiende con esto. La medida del amor de Dios por nosotros es la entrega de su Hijo Único. Un amor que se hace luz de la vida. Un amor que se hace sentido también de nuestra vida. El dominio del mal que reinaba sobre el ser humano es roto por el amor. No por un amor teórico o genérico. Sino por un amor personal, de persona a persona.

Sexto rasgo de Jesús: la relación con Jesús lleva a buscar verlo y, al mismo tiempo, a ser atraídos por él. Pero el precio de esta relación es la muerte de Cristo “levantado sobre la tierra”, es decir la muerte de cruz. Este precio no es pagado por otra cosa, sino por la libertad de Jesús y por el amor de Jesús. De este modo el fruto de la vida de Jesús somos nosotros.

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