lunes, 22 de octubre de 2012

TERCER MOMENTO: LA MUJER QUE ENCUENTRA A JESÚS RESUCITADO




La realidad de la muerte del Maestro no es lo último en la lógica de Dios. Ciertamente es algo duro, difícil. Pero no es el final. Eso María Magdalena no lo sabe, su horizonte está cerrado con la muerte del maestro. Pero al discípulo que ha atravesado la cruz, se le ofrece la certeza de la resurrección. La resurrección de Jesús, para María Magdalena, no es solamente el bonito final de una triste historia. Es, por encima de todo, la posibilidad de llevar a plenitud su encuentro con Jesús, un encuentro que transforma su vida. Así nos lo hace saber el evangelio de san Juan 20, 11-18: María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando. Y llorando como estaba, se agachó para mirar dentro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús; uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: —Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: —Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto. Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, pero no sabía que era él. Jesús le preguntó: —Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el que cuidaba el huerto, le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto, para que yo vaya a buscarlo. Jesús entonces le dijo: — ¡María! Ella se volvió y le dijo en hebreo: — ¡Rabuni! (que quiere decir: «Maestro»). Jesús le dijo: —No me retengas, porque todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y di a mis hermanos que voy a reunirme con el que es mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes. Entonces María Magdalena fue y contó a los discípulos que había visto al Señor, y también les contó lo que él le había dicho.

María Magdalena pasa de ser una mujer derrotada por la cruz, a ser una mujer apóstol de los apóstoles. La cruz para María Magdalena ha sido algo real, hasta el desconcierto más absoluto. Pero el participar de la resurrección le da algo absolutamente distinto: la certeza de que ni siquiera la muerte más ignominiosa es más fuerte que el poder de Dios. La certeza de que (aunque sea jugar con las palabras) hay certezas más fuertes que las propias certezas. Son las certezas que Dios da.
Jesús primero la llama mujer, luego la llama por su nombre María. María deja de ser una simple mujer, para empezar a ser la persona conocida, para empezar a ser de nuevo la seguidora de Jesús al que ella llama maestro. Como lo expresa Martin Descalzo: Jesús se deja conocer entonces. (…) Pone en labios del Resucitado algo tan simple como un nombre familiar dicho de un determinado modo. Y basta ese nombre para penetrar las tinieblas que rodean a la mujer. Desaparecen miedos y temores y se abre paso una fe esplendorosa. Ahora sí siente María que caen todas las barreras. Se arroja a los pies de Jesús como hiciera en el convite en casa de Simón y comienza a besar y abrazar sus pies descalzos.
La experiencia de la resurrección cambia a María Magdalena, la hace nueva por dentro, es decir, la hace volver a vivir, pero ya no para sí misma y en su propio mundo, sino apoyada de modo total en la certeza de la vida nueva de Cristo, al estilo de la vida nueva de Cristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias. (Aparecida, 139).
Pero, además, se produce algo diferente. La mujer que era pecadora, que se hace discípula de Jesús con sus bienes, que es testigo de la muerte del maestro, se hace testigo de la vida nueva con la resurrección. Su vida anuncia que en la vida de todo ser humano se cruza la santidad y el pecado, santidad que ayuda a uno mismo y a los demás a ser mejores, pecado que invita a una constante conversión para experimentar la misericordia del Padre. Su vida anuncia la alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, porque Cristo, al hacerse uno como nosotros, al compartir nuestra debilidad y transformarla con su resurrección, ilumina todos los instantes, grandes o pequeños, de nuestra vida y en ellos le podemos encontrar.

lunes, 15 de octubre de 2012

EL SEGUNDO DE TRES PASOS: ESTAR A LOS PIES DE LA CRUZ




El seguimiento de Jesús no es solo escuchar su palabra y colaborar con él. El seguimiento de Jesús debe confluir en la configuración con él. Y esto implica, de modo necesario el participar en lo que se conoce como el misterio pascual, esto es, en su muerte y resurrección. Una participación que viene claramente simbolizada en el bautismo: muertos al pecado pero vivos para Dios. Una participación que se vive en cada Eucaristía, pues cuando nos acercamos a comulgar, recibimos el sacrificio del cordero de Dios que quita el pecado del mundo. María Magdalena progresará en su encuentro con Jesús participando de su cruz. Así nos lo narra el evangelio de san Marcos: 15:44-47 Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José, quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. Y María Magdalena y María, la madre de José, miraban para saber dónde le ponían. 

María hace de testigo de la sepultura de Jesús, es testigo junto con otra mujer, para dar certeza de que en verdad Jesús ha muerto. A ella no le toca morir con Jesús, pero sí dar testimonio de su muerte. El discípulo de Jesús tiene que atravesar con Jesús el misterio de la muerte. El misterio de la muerte no solo debemos entenderlo como una desaparición física, sino, sobre todo, como una donación hasta el final. No siempre los seres humanos entendemos esto. No siempre se nos abre los ojos para contemplar que la donación total del Hijo de Dios es una señal de que el amor de Jesús por nosotros no tiene ningún límite, que va más allá de lo que los seres humanos podemos ser capaces de prever. Se nos hace extraña una donación de este estilo. Pero no lo es para Dios. La muerte de Jesús entra en la lógica de Dios, que quiere destruir el egoísmo que causa el pecado precisamente con su opuesto, con el amor que renueva la amistad. El discípulo de Jesús, si es verdadero, como lo es María Magdalena, no puede eludir el comprometerse como el maestro. 

Nosotros no sabemos cómo seremos partícipes de la cruz del Señor, pero no le deberemos sacar el bulto cuando se nos presente. Sobre todo, la cruz que nos hace testigos del principal gesto de Jesús: renunciar a sí mismo, dejar de lado el egoísmo. No sabemos si un día se nos pedirá una cruz física, ni que rostro tendrá. Lo que sí es cierto es que ya desde ahora podemos y debemos participar en lo central de la cruz de Cristo: renuncia al egoísmo y entrega generosa en todo lo que podamos, identificándonos con Jesús-Camino, abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con Jesús-Verdad, enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros “tengan vida en Él”. (Aparecida n.137) María Magdalena tendrá que entender que no es posible seguir a Jesús sin la cruz, sin la renuncia, sin la muerte del egoísmo. A María Magdalena deberá entender que el seguimiento de su Maestro implica una donación sin reservas. De este modo, el rostro de la cruz se hace también el rostro de María Magdalena. Jesús no quiere dejar fuera del misterio de la cruz a esta mujer que lo había seguido con fidelidad. No lo hace, porque el misterio de la cruz está ligado al misterio del amor, al misterio de la redención del pecado y a la victoria de la vida de Dios en el ser humano.

lunes, 8 de octubre de 2012

EL PRIMERO DE TRES PASOS: LIBRARNOS DEL MAL Y SERVIR CON EL BIEN


(Les comparto el segundo momento de las reflexiones que acompañaron el retiro LA FUERZA TRANSFORMADORA DE UN GENUINO ENCUENTRO CON JESUCRISTO. LA EXPERIENCIA DE MARÍA MAGDALENA. en este caso les dejo una reflexion sobre la primera etapa que todos tenemos que llevar a cabo)


LOS TRES PASOS DEL ENCUENTRO DE MARÍA MAGDALENA CON JESÚS
¿Quién es esta mujer que nos sirve de modelo de un encuentro transformante con Jesús? Sabemos de ella por los cuatro evangelistas, que nos la presentan como una de las discípulas del círculo cercano a Jesús. María es un testigo de la vida pública del Señor, y de un modo especial lo será de la Pasión y de la resurrección. La fisonomía que la Sagrada Escritura nos ofrece, es suficiente para que podamos establecer basado es la experiencia de Maria Magdalena, un itinerario en el encuentro con Jesucristo. Este itinerario es el camino que todo aquel que se encuentra con Jesús tiene realizar; dejarlo truncado llevará a una experiencia no solo parcial, sino también decepcionante de Cristo, y por lo tanto incapaz de transformar la vida.

PRIMER MOMENTO: LA MUJER QUE SIGUE A JESÚS POR HABER SIDO LIBERADA DEL MAL Y LO SIRVE CON SUS BIENES
En el capítulo 8 (1-3) de San Lucas se nos dice lo siguiente: Después de esto, Jesús anduvo por muchos pueblos y aldeas, anunciando la buena noticia del reino de Dios. Los doce apóstoles lo acompañaban, 2 como también algunas mujeres que él había curado de espíritus malignos y enfermedades. Entre ellas iba María, la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; 3 también Juana, esposa de Cuza, el que era administrador de Herodes; y Susana; y muchas otras que los ayudaban con lo que tenían.
El evangelio nos presenta a Jesús anunciando la buena noticia del reino, que se hacía presente en su persona, por medio de su palabra y por medio de sus signos. Este mensaje requiere como condición central el seguimiento de Jesús. El evangelista narra quiénes eran los que lo acompañaban de modo constante en esta tarea: los doce apóstoles y algunas mujeres. De estas mujeres, se dice expresamente que habían sido curadas de espíritus malignos o de enfermedades. La presencia de estas mujeres nace, por lo tanto, de la gratitud hacia Jesús, nace de la certeza de haber sido liberadas del mal. Como dice Benedicto XVI: Entre las “ovejas perdidas” que Jesús salvó hay también una mujer de nombre María, originaria del poblado de Magdala, junto el Lago de Galilea, y por esto llamada Magdalena. Hoy se celebra su memoria litúrgica en el calendario de la Iglesia. El Evangelista Lucas dice que Jesús hizo salir de ella siete demonios (Lc 8,2), es decir, la salvó de un total sometimiento al maligno. María Magdalena encabeza la lista de las mujeres que siguen a Jesús de cerca, mujeres que tienen dos rasgos:
En primer lugar, son mujeres que han sido liberadas del mal. El mal, que lo podemos tomar en cualquiera de sus dimensiones. Tanto en su dimensión más llamativa, como la posesión diabólica, o en su dimensión más grave, que es el pecado que desgarra el corazón. El mal se apodera del corazón con el pecado, y deja como fruto la desazón interior, la amargura, la certeza de una esclavitud, el mal, que rompe las relaciones con Dios y con los demás. No hay posibilidad de paz interior mientras el mal es el dueño de la vida. El evangelio habla de los siete demonios que la poseían. Un símbolo de un mal completo que se adueñaba de su persona, totalmente sometida al mal. El primer paso de la relación con Jesús, del encuentro con él, es precisamente este: el vernos libres del mal, el tener la certeza de que el mal no tiene la última palabra sobre el ser humano. Pero esto no basta.
En segundo lugar, el seguimiento de Jesús no es solo algo negativo. El seguimiento de Jesús es también un camino de crecimiento, en el cual, el trabajo en el bien tiene que ser parte de la existencia. Por eso, la forma en que el evangelio dice que estas mujeres que seguían a Jesús le ayudaban con sus bienes materiales, nos permite entender que ellas hacían del seguimiento de Jesús parte de su proyecto de vida y motivo de un crecimiento en el bien como parte del proyecto, que se hace trabajo concreto en lo diario. Podríamos pensar que verse libre del mal, y seguir a Jesús haciendo el bien es todo. Pero no es así.
El verdadero seguimiento de Jesús nos va llevando poco a descubrir algo más. Seguirlo no es solo moverse detrás de él. Seguirlo es identificarse con él, es generar un dinamismo que va transformando en él, como lo dicen los Obispos de América en el Documento de Aparecida n.136: La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn 10, 3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Es una respuesta de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).
De un modo muy hermoso lo describe Jose Luis Martin Descalzo: Si Jesús logró rescatar a Magdalena de sus siete demonios carnales y devolverla al seno del hogar, tendríamos muy lógicamente explicada la amistad de Cristo con esta familia; habríamos entendido que esta mujer tuviera dos almas, vertiginosa la una e infinitamente tierna la otra, cuando se encontraba ante el hombre que le descubrió la luz de su espíritu. Entenderíamos bien esa entrega total de Magdalena, a quien Jesús habría arrancado la máscara de pecado que cubría un corazón hondamente religioso. Y no necesitaríamos sucias imaginaciones para entender el atractivo que Jesús inspiraba en ella: le había devuelto el alma; le había descubierto que el verdadero amor no estaba ni en la falsa religiosidad de su adolescencia, ni en las entregas carnales de su juventud, sino en algo infinitamente más hondo y apasionante. Jesús habría incendiado su vida con algo mucho más radical que un atractivo carnal. Y, al mismo tiempo, habría sembrado en ella muchas más preguntas que respuestas, lo mismo que hizo con la samaritana: por eso ella gustaba de sorber sus palabras, para averiguar qué había en el fondo de aquel hombre misterioso que la había reconciliado con la vida.

jueves, 4 de octubre de 2012

PESAR LA VIDA, ENCONTRAR A DIOS


Cada momento de la vida humana tiene su importancia particular, y es propio de los seres humanos el darse cuenta del significado de ese momento. La vida puede pasar muy rápidamente, y diluir, de modo imperceptible, el peso que cada situación tiene para nosotros. Por eso, la presencia de ciertos eventos, particularmente marcados, nos sirven para no dejar pasar con ligereza lo importante. Nos encontramos al inicio del año de la Fe, un evento que puede ser solo un título, o el motivo para realizar algún que otro ritual, pero que no cambie la vida. Sin embargo, el año de la Fe, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Todos necesitamos cambiar para mejor de modo constante. Necesitamos dejar atrás muchas cosas y tender hacia otras que nos hagan personas de más valía. 
El proceso de cambio, de mejora, solo puede ser llevado a cabo por un motor interior, solo puede ser llevado a cabo por el amor, porque solo el amor responde al Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida, mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). (…) este Amor lleva al hombre a una nueva vida. De eso se tratan los grandes eventos de la vida, de hacernos capaces de cambiar, cambiar los pensamientos, cambiar la limpieza de nuestras emociones, cambiar la orientación de los comportamientos, por medio de una purificación y de una transformación, que, con frecuencia, es lenta, pero es real y que terminará el día de nuestro encuentro pleno con Dios, en la otra vida. No hay fe verdadera, si no hay una novedad de pensamiento, de acción, que cambia la vida del ser humano. Por eso puede sernos de utilidad el reflexionar un poco sobre lo que implica el encuentro de verdad con Cristo. Un encuentro que comenzó cuando éramos pequeños, pero que tiene que madurar en las diversas etapas de la vida. Un encuentro que aunque a veces transita por momentos de lejanía a veces, o de acercamiento otras, sin embargo que pide madurarse, para no dejar la relación con Dios en una situación de infantilismo, que acaba por no significar nada real en la vida, o, a lo mucho, acaba por ser una aspirina para determinados momentos, en los que nos urge tener algo espiritual a mano.
La consideración de la trayectoria de María Magdalena puede ser un modelo de relación entre Jesús y nosotros, que nos permite medir la autenticidad de nuestro encuentro interior. (CONTINUARA)

viernes, 6 de abril de 2012

CAMINO DE SEMANA SANTA (4) ABRIRNOS A LA VIDA NUEVA DE CRISTO RESUCITADO


La pasión y muerte de Cristo no tienen sentido por sí mismas. San Pablo decía que si Cristo no hubiera resucitado seríamos los más necios de todos los hombres. Por eso vivir la Semana Santa es vivir la Pascua de modo completo es decir, es hacer nuestro el camino de por la pasión y la cruz lleva a la resurrección. La muerte de Cristo es nuestra vida, la resurrección de Cristo es para nuestra vida. Si queremos vivir bien la Semana Santa tenemos que vivir bien la resurrección. No nos podemos quedar atorados en el Viernes Santo, tenemos que llegar hasta el Domingo de Resurrección. Por ello es importante hacer nuestras algunas consecuencias prácticas que nos permitan esta experiencia completa.
1.   Participar lo más que podamos de los momentos que nos ofrece la liturgia: los ritos litúrgicos de estos días, si los vivimos con sentido, se convierten en una especial pedagogía para profundizar todo lo que Cristo quiso vivir: la procesión de palmas y la escucha de la Pasión el Domingo de Ramos, la misa de lavatorio de los pies y de institución de la eucaristía el Jueves Santo, la escucha de la pasión y la adoración de la cruz el Viernes Santo, la participación en los sugestivos ritos de la vigilia pascual con la proclamación del evangelio de la resurrección y la renovación de nuestro bautismo, serán pasos que nos permitan irnos enriqueciendo en el significado de la Semana Santa.
2.  Tener un libro de lectura espiritual sobre los misterios que Cristo vivió en la Semana Santa. El enriquecimiento espiritual y cultural que estos libros nos dejan, nos permiten entender mejor todo lo que vivimos en la liturgia. (Recomiendo "Vida y misterio de Jesús de Nazaret" de Martin Descalzo o "Jesús de Nazaret, del domingo de ramos a la resurreccion" de Benedicto XVI)
3.      Participar en los sacramentos. Los sacramentos son la vida de Cristo en nosotros, más aún, la eucaristía es Cristo mismo. Si podemos, acerquémonos a la reconciliación sacramental en estos días y de modo particular recibamos a Cristo eucaristía lo más frecuentemente posible. No hay mejor modo de vivir la Semana Santa que con Cristo en nuestro corazón.
4.   Vivir el mandato del Señor. Si hay un tiempo en que la caridad se tiene que hacer práctica, vida, compromiso concreto, tiene que ser la Semana Santa. Cada día de Semana Santa es un día que nos enseña con más profundidad el amor. Cada día de Semana Santa tiene que ser un día que se haga más concreta y coherente nuestra caridad hacia los demás.
5.      Descubrir qué parte de nuestra vida tiene que morir y qué parte de nuestra vida tiene que vivir, esto lleva a decisiones congruentes, serenas y esperanzadas que se hacen las semillas de la Semana Santa en cada uno de nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, dispongámonos a vivir intensamente el Triduo santo, para participar cada vez más profundamente en el misterio de Cristo. En este itinerario nos acompaña la Virgen santísima, que siguió en silencio a su Hijo Jesús hasta el Calvario, participando con gran pena en su sacrificio, cooperando así al misterio de la redención y convirtiéndose en Madre de todos los creyentes (cf Jn 19, 25-27). Juntamente con ella entraremos en el Cenáculo, permaneceremos al pie de la cruz, velaremos idealmente junto a Cristo muerto aguardando con esperanza el alba del día radiante de la resurrección. En esta perspectiva, os expreso desde ahora a todos mis mejores deseos de una feliz y santa Pascua, junto con vuestras familias, parroquias y comunidades (Benedicto XVI).

CAMINO DE SEMANA SANTA (3) COMPARTIR LA MUERTE DE JESUS



22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. 23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. 24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. 25 Era la hora tercia cuando le crucificaron. 26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos». 27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: « ¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, 30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» 31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. 32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con él estaban crucificados. 33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir - « ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» 35 Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías». 36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle». 37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. 38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. 39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». 40 Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, 41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. 42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, 43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. 44 Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. 45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, 46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47 María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto. 

El Viernes Santo no es un día cualquiera, es un día en el que conmemoramos de forma muy particular la entrega de Jesús hasta la muerte y muerte de cruz. No se trata de buscar experiencias extrañas, a través de devocioens extremas, sino de profundizar el significado de lo que Jesús vivió en su persona. El Viernes Santo conmemoramos la pasión y la muerte del Señor; adoramos a Cristo crucificado; participamos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Es un día para acudir a su corazón desgarrado, del que brota sangre y agua, como a una fuente; de donde mana el amor de Dios para cada hombre. El Viernes Santo es un día para acompañar a Jesús que sube al Calvario; dejémonos guiar por él hasta la cruz; y aceptar en nuestra vida la ofrenda de su cuerpo inmolado. Cada Viernes Santo tenemos la oportunidad de volver a valorar el don de una vida, la vida de Cristo por la salvación de otra vida, la nuestra propia. Quizá nos hemos acostumbrado a esto y ya no valoramos lo que significa. Pero la experiencia de saber que Cristo ha entregado todo su ser, todo su amor y toda su misericordia por cada uno de nosotros no puede dejarnos indiferentes. Se dice que el Viernes Santo es un día de luto, pero realmente debe ser un día para entender hasta el fondo, de un modo solidario, la muerte de Cristo y para reflexionar con madurez el sentido de su don por cada uno de nosotros. Esto fue lo que hizo san Pablo cuando afirmaba que “mientras vivo, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Si el Viernes Santo hacemos la práctica del Vía Crucis o hacemos la lectura de la Pasión del Señor narrada por alguno de los cuatro evangelistas, puede sernos de utilidad para hacer más nuestro lo que Cristo vivió por nosotros. Cristo no vuelve a morir, pero yo sí puedo hacer más mío lo que significó esa muerte para mí. El modo en que yo viva el Viernes Santo me puede ayudar a comprender el estado de ánimo con que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, y así descubriré lo que orientaba su obrar. El criterio que guió cada opción de Jesús durante toda su vida fue su firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre y de serle fiel. Una voluntad que tenía como motivación central el amor a cada uno de nosotros. Leer con calma la pasión y dejar que me hable al corazón, puede ser un modo de vivir el amor que se nos entrega en este viernes santo.

CAMINO DE SEMANA SANTA (2) CELEBRAR LA PASCUA CON JESUS


Marcos 14, 12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: « ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?» 13 Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. 17 Y al atardecer, llega él con los Doce. 18 Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo». 19 Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: « ¿Acaso soy yo?» 20 El les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. 21 Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» 22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». 23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. 24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. 25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios».

La Semana Santa es un camino hacia lo que llamamos el Triduo Pascual, es decir hacia los tres días (Jueves, Viernes, Sábado Santos) que encierran los misterios por los que Jesús nos entregó su vida y resucitó por nosotros. El primer día de este triduo es el Jueves Santo, en el que recordamos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Esta cena no fue solo un banquete de despedida. Esta cena encerró el misterio del amor de Cristo por nosotros a través de la eucaristía. La eucaristía que es el sacramento del amor. La cena de Jesús es el recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia, pero en realidad es la presencia de la verdadera libertad, la libertad del pecado, de la muerte, del mal. De acuerdo con la tradición, cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, conmemorando la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. En el Cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (cf. 1 Co 5, 7). El pan y el vino que Jesús ofrece ya no es solo la parte de una comida. Es a partir de este jueves, la presencia real del Señor entre nosotros. Al pronunciar la bendición sobre el pan y sobre el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación; Jesús les lava los pies (cf. Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. De este modo la cena del jueves nos regala un triple don: el don de la eucaristía, el don del sacerdocio y el don del mandamiento del amor. Cada Jueves Santo se nos vuelve a interrogar sobre lo que significa el don de Cristo, el don de un ser humano y el don a los hermanos. El jueves es la fiesta del don a la humanidad. El Jueves Santo nos invita a preguntarnos por nuestra capacidad de recibir los dones de Dios en la vida: el don de los demás, el don de Dios, el don que somos cada uno de nosotros mismos. No se puede vivir la Semana Santa sino es desde un corazón que entiende el sentido de abrirse a un don. 

El Jueves Santo tiene un momento particular en la noche: acompañar a Cristo que acepta en Getsemaní su muerte ante el Padre. Es el momento de la agonía en el huerto. Parece que Jesús se encuentra solo: un apóstol lo traiciona, los otros duermen y el Padre le pide que entregue su vida. A lo largo de la historia se ha hecho hincapié en esta soledad. En el dolor que le produjo esta soledad. La soledad de Jesús quiso acompañar nuestras soledades, nuestros momentos de abandono, cuando no hay otro camino que seguir solos hacia delante para hacer autentico el amor. Cristo siente, con toda la conciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y siente el abismo del mal más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte. Además de la muerte, siente también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que debe beber, que debe obligarse a beber, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos entender que Jesús, con su alma humana, sienta terror ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Así Jesús, en esta oración, transforma la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros; transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un «sí» a la voluntad de Dios.

CAMINO DE SEMANA SANTA (1) ENTRAR A JERUSALEN

1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, 2 diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. 3 Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", decid: "El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida"». 4 Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: « ¿Qué hacéis desatando el pollino?» 6 Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. 7 Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. 8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. 9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» 11 Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.

El evangelio nos presenta a Jesús como un rey que entra a su ciudad entre el júbilo de sus súbditos. Sin embargo, nos damos cuenta enseguida de que Jesús no es un rey cualquiera, no es un señor de los que se sirve de sus súbditos, sino un señor que viene a dar la vida por ellos. Jesús entra a Jerusalén como rey que está dispuesto a entregarse por los que él ama. Lo hace de modo pacífico, por eso entra en un burro y no en un caballo, lo hace entre ramos y no entre armas, lo hace entre niños que alaban su llegada y no entre soldados, lo hace entre sus discípulos y no entre sabios consejeros. La gente grita, con palmas en las manos, delante de Jesús, en quien ve a Aquel que viene en nombre del Señor, expresión que se había convertido en la manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a Aquel que verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios. Entra a la ciudad para morir en ella no para vivir en ella. Su reino no es de este mundo. Ssu reino no es como los reinos de este mundo, es un reino que se construye en el amor, en la donación, en el bien.
Esta la primera escena de nuestra Semana Santa. Pero ¿qué significa esta escena para todos nosotros? ¿Qué significa para nosotros que Jesús entre así en Jerusalén? El evangelio divide a los seres humanos en dos tipos de personas de acuerdo a como reciben a Jesús. Por un lado están los que le aceptan, los niños, los sencillos de corazón, los que saben que de él pueden recibir la paz, el sentido de la vida, la fortaleza para su vida cotidiana. Por otro lado están los que le rechazan, los que se creen sabios, los que se creen justos, los que se creen poderosos, los que, en definitiva, no necesitan de nadie más que a ellos mismos. Estos están cerrados sobre sí mismos y no podrán nunca recibir a Jesús. La principal esclavitud es la de uno mismo. La principal libertad es la interior. Somos esclavos cuando nuestro corazón está amarrado por el materialismo, por la soberbia, por la autosuficiencia. Somos libres cuando nuestro rey es Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Cristo Rey que entra en Jerusalén, nos da la libertad interior, que sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza en medio de las tentaciones diarias de materialismo, nuestra fortaleza en medio de las dificultades diarias, nuestra certeza de que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal. Nosotros podemos quedarnos fuera de Jerusalén y no entrar con Jesús. Podemos quedarnos fuera por el mal que hacemos, o por la omisión del bien que no hacemos. Podemos quedarnos fuera aunque pensemos que estamos dentro porque nuestra ley no es la ley del amor y la generosidad, sino la ley de la indiferencia y la frialdad. Entrar en Jerusalén es vivir al estilo de Jesús, es vivir en la amistad con él en lo cotidiano.

EL CAMINO DE LA SEMANA SANTA



Estamos en la recta final de la cuaresma. En unos días, comenzaremos la semana central del año para los cristianos, que es la Semana Santa, la semana en la que de modo casi milimétrico estaremos viviendo con Jesús su pasión, muerte y resurrección. La Semana Santa es la conclusión de toda la cuaresma, en ella se concluye todo lo que hemos vivido en estos días que comenzaron con el miércoles de ceniza y que a lo largo de las cinco semanas de cuaresma nos fue preparando para vivir, junto a Cristo, los misterios de su entrega por nosotros. Todo comenzó con la victoria de Cristo sobre las tentaciones dejándonos clara la necesidad de resistir al mal para seguir a Jesús. Después se nos invitó a poner nuestra confianza en Dios afianzados en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que nosotros nos convertimos en «hijos de Dios». El tercer domingo de cuaresma nos habló de que nuestra relación con Dios es una alianza que se lleva a cabo en Jesús, que es la verdadera alianza y el verdadero templo. El cuarto domingo, nos enseña que ningún fracaso lo es para quien se afianza en Dios, la clave está en aceptar los caminos de Dios, que no son nuestros caminos. Y finalmente, el quinto domingo, nos puso ante los ojos el sacrificio voluntario de Cristo que nos da la salvación: victoria sobre el mal y la plenitud de nuestra vida por el grano de trigo que muere para dar vida. Así llegamos al Domingo de Ramos, gran puerta de la Semana Santa. Prepararnos con profundidad es una magnífica oportunidad para recibir todo lo que la Semana Santa nos puede dejar.






martes, 6 de marzo de 2012

LO QUE CUARESMA ME PUEDE DEJAR

La cuaresma no es un tiempo para vivir intensamente algo que no deja nada en nosotros. No es una “borrachera espiritual” que se pasa y solo deja dolor de cabeza. La cuaresma es un entrenamiento, la cuaresma es una construcción, que, una vez terminada, debe dejar en nosotros estructuras sólidas de vida espiritual. Siguiendo las segundas lecturas de la liturgia de los domingos de este año, se nos entrega una buena guía con este propósito.

Primera estructura: pedirle a Dios una conciencia pura. Saber distinguir el bien del mal no es siempre sencillo. Pues nosotros tendemos a estar siempre de parte de nuestro egoísmo. Sin embargo, la conciencia es algo esencial para el ser humano, a fin de no equivocarse llamando bien al mal y mal al bien. La presencia de la amistad con Cristo nos ayuda a que esa luz no se apague en nosotros

Segunda estructura: mantener la certeza del amor de Dios en medio de cualquier circunstancia. Un examen personal y una revisión de nuestro entorno o de nuestra historia pueden sembrar el miedo en el corazón. Por el contrario, la cercanía de Cristo nos da la seguridad de que en medio de cualquier oscuridad, sea esta cual sea, brilla el amor de Dios que se nos entrega en la donación de Cristo hasta el final.

Tercera estructura: entender la sabiduría de la cruz. La cruz es algo que todos naturalmente rechazamos y que se contrapone a nuestra tendencia natural. Pero, de modo misterioso es el camino que Dios elige para mostrarnos su amor. ¿No es contradictorio? ¿O quizá es la señal de la fuerza de Dios que es capaz de transformar el mal en bien? ¿O quizá es signo de la sabiduría de Dios que hace que el amor surja incluso donde parecería que es imposible que salga? La cruz de Cristo nos enseña, cuando nos arraigamos en él, una fuerza y una sabiduría que no se detiene ante nada en la vida.

Cuarta estructura: saber que todo es un don de Dios. El corazón humano tiende a dar donde sabe que puede recibir. Es un círculo de egocentrismo. Con todo, este círculo no lleva a la felicidad, solo lleva a uno mismo, a los propios limites y carencias, y al final a la amargura. Por el contrario Dios tiene otro dinamismo, el dinamismo del don en la bondad. Este dinamismo tiene como fruto el que somos salvados de todo lo peor de nosotros y que se nos abre la puerta de lo mejor de nosotros. Como es un don del amor de Dios, no hay forma de presumir, con lo cual nos libramos de caer en las garras de nosotros mismos. De esta gratitud puede nacer el orientarnos hacia la práctica del bien en nuestra vida y con los que nos rodean.

Quinta estructura: hacer de Jesús el punto de constante referencia en nuestra vida. Todo lo dicho anteriormente podría ser inútil si no supiéramos que hay algo definitivo. Lo definitivo es la entrega de Jesús por nosotros, una entrega que es real, hecha de sufrimiento. Esa entrega es al mismo tiempo una invitación a que nosotros lo asumamos a él como estilo de vida, que nos refiramos a él en todo lo que hacemos, para que lo tomemos como pauta de nuestro caminar. Tenerlo como referencia es la garantía de que el mal no manda en nuestra vida. Tenerlo como referencia es la seguridad de que el bien es el sendero por el que transitamos.

viernes, 2 de marzo de 2012

CUARESMA: BUSCAR EL ROSTRO DE JESUS (2A PTE)

 (ANTERIORMENTE SUBI AL BLOG LOS TRES PRIMEROS RASGOS DE JESUS EN ESTA CUARESMA, HOY LES DEJO EL FINAL DE ESTA REFLEXION)
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Rasgo cuarto: Jesús es el nuevo templo de Dios. El templo para los judíos no era una simple casa. El templo era el lugar donde Dios vivía de verdad, era el lugar de la alianza entre Dios y el hombre, era el único lugar donde el hombre podía dirigirse y encontrarse con Dios. En Jesús ese templo ya no es una casa de piedra. Ahora es una persona. Jesús verdadero templo, purifica el templo viejo, es decir, quita al templo viejo todo lo que los seres humanos le habíamos puesto de superfluo, de miserable, de contaminado, con nuestra fragilidad. Al mismo tiempo, Jesús nos enseña que su humanidad es el verdadero templo. Ya no tenemos necesidad de un templo si lo tenemos a él, ya tenemos la certeza de la cercanía de Dios si lo tenemos a él, ya tenemos la seguridad de que Dios nos escucha si lo tenemos a él. La cercanía de Jesús es lo que nos garantiza la constante purificación de nuestra relación con Dios. El sabe lo que hay en mí y se encarga de llevar a plenitud nuestra mutua relación.

Quinto rasgo de Jesús: Jesús es el amor de Dios entregado por nosotros para que tengamos vida eterna. Este rasgo es esencial, pues refleja todo el sentido de la vida de Jesús. No se entiende nada sin esto, todo se entiende con esto. La medida del amor de Dios por nosotros es la entrega de su Hijo Único. Un amor que se hace luz de la vida. Un amor que se hace sentido también de nuestra vida. El dominio del mal que reinaba sobre el ser humano es roto por el amor. No por un amor teórico o genérico. Sino por un amor personal, de persona a persona.

Sexto rasgo de Jesús: la relación con Jesús lleva a buscar verlo y, al mismo tiempo, a ser atraídos por él. Pero el precio de esta relación es la muerte de Cristo “levantado sobre la tierra”, es decir la muerte de cruz. Este precio no es pagado por otra cosa, sino por la libertad de Jesús y por el amor de Jesús. De este modo el fruto de la vida de Jesús somos nosotros.

miércoles, 29 de febrero de 2012

CUARESMA: BUSCAR EL ROSTRO DE JESUS (1A PTE)

El itinerario cuaresmal nos tiene que llevar a conocer más a Jesús. Y conocerlo como alguien vivo para mí. La experiencia de Jesús que yo puedo ir haciendo a lo largo de la cuaresma es la posibilidad de una amistad que va más allá de los cuarenta días de la cuaresma. La amistad nace del conocimiento del amigo. ¿Quién este Jesús que se me va mostrando a lo largo de la cuaresma? Para responder a esta pregunta podemos ahondar en las lecturas de estos domingos que nos presentan rasgos fundamentales de quien es Jesús en mi vida:

Rasgo primero: Jesús enfrenta el combate con el mal. El evangelio de las tentaciones nos hace ver que el mal es algo presente en todo ser humano, que la tentación de buscar el mal, llega a la vida de todo ser humano. Que el hecho de ser el hijo de Dios no lo excluye del embate del mal. La tentación central es apartarse del plan de Dios, de buscar otro camino, de buscarse sobre todo a sí mismo. Jesús, como hombre verdadero, también experimenta la posibilidad de alejarse del plan de Dios, pero la derrota venciendo la esclavitud del ser humano ante el mal.

Rasgo segundo: Jesús anuncia el Reino de Dios. Jesús no solo vence el mal en su persona, sino que lo quiere derrotar en las nuestras. Por eso su mensaje es como una moneda de dos caras. Por un lado está la llamada a la conversión, al cambio, a la mejora, a la transformación desde el interior. Por otro lado, está la invitación a abrir la vida al Reino de Dios. El Reino de Dios no es otra cosa sino la cercanía de Dios a mi vida, la posibilidad de vivir, ya no según los criterios del mal, sino según los criterios del bien, la posibilidad de vivir, no según el imperio del mal, sino según el imperio del bien. Es la certeza de que en todo lo que yo hago, Dios no es un ser lejano, sino alguien profundamente cercano. Esa cercanía de Dios la vivimos en Jesús.

Rasgo tercero: ¿quién es este Jesús que es tentado como yo lo soy y que me hace cercano a Dios? No es un hombre cualquiera, ni un simple filósofo o un gran sabio. Es el Hijo predilecto del Padre, es aquel en quien confluye toda la historia y toda la sabiduría del pueblo de Israel, así como toda la alianza de Dios con el pueblo elegido, es el que vive en la presencia de Dios desde la eternidad, es aquel en quien vive la gloria luminosa de Dios. Al mismo tiempo, Jesús lleva a cabo su camino no en el aplauso o la gloria, sino en el misterio de su muerte y su resurrección, el misterio pascual, donde se manifestará su plena identidad. (continuará...)

domingo, 26 de febrero de 2012

EL CAMINO DE LA CUARESMA

La cuaresma se presenta siempre como un itinerario. Como todo itinerario hay etapas que van marcando el sentido del camino. En este año, el itinerario nos va guiando en una profundización del conocimiento de la persona de Jesucristo. Casi podríamos decir que al final de esta cuaresma podremos conocer una poco más a Jesús. Este conocimiento no es solo algo histórico, sino que nos lleva a descubrir su papel en nuestra vida. Así lo pedimos en la oración del primer domingo de Cuaresma: «Al celebrar un año más la santa Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud». No podemos hacer de la cuaresma un simple ritual de celebraciones, que al final quedarían vacías, sino que la cuaresma es mucho más rica cuando hacemos de ella un camino de encuentro con una persona que nos transforma y nos hace mejores.

El Primer Domingo, llamado domingo de la Tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valentía la lucha que nos espera para permanecerle fieles. Siempre existe de nuevo esta necesidad de decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús.

El Segundo Domingo se denomina de Abraham y de la Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación divina; como Abraham, padre de los creyentes, también a nosotros se nos invita a partir, a salir de nuestra tierra, a abandonar las seguridades que nos hemos construido, para poner nuestra confianza en Dios; la meta se vislumbra en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que nosotros nos convertimos en «hijos de Dios».

En el Tercer Domingo nos presenta la Alianza de Dios con su pueblo a través de las tablas de la ley, una alianza de Dios que tendrá su expresión en el Templo de Jerusalén. Estos dos elementos son solamente figuras de Jesús que es la verdadera alianza y el verdadero templo.

El Cuarto Domingo nos hace ver la contradicción del ser humano. Por un lado tiene todo lo que Dios le ha dado y por otro lo pierde por su infidelidad. Sin embargo, los aparentes fracasos exteriores no lo son para quien se afianza en Dios. El verse despojados del templo, lugar de la alianza, llevará al pueblo de Dios a entender los caminos de Dios, que no son nuestros caminos.

El Quinto Domingo nos invita a interiorizar de modo personal la relación con Dios en una alianza que cada uno de nosotros tiene que hacer en el propio corazón. El sacrificio voluntario de Cristo nos consigue el fruto de la alianza de Dios con nosotros: la salvación en la que se une la victoria sobre el mal y la plenitud de nuestra vida que da mucho fruto.

jueves, 23 de febrero de 2012

LLENAR DE SENTIDO EL TIEMPO DE CUARESMA

El tiempo lo podemos vivir de modo lineal: trabajo, descanso, convivencia y así sucesivamente. O podemos darle un sentido al tiempo, le podemos dar al tiempo el sentido de un contenido, con el cual el tiempo va cambiando de significado. El ser humano no tiene bastante con el tiempo lineal. Necesita el tiempo profundo, es decir el tiempo que tiene un sentido. Por eso el ser humano aprende a descubrir la riqueza del tiempo, y le da a determinados momentos un sentido especial. De ahí nace la fiesta, de ahí también nace la conmemoración, de ahí nace también la reflexión sobre el significado del tiempo. Esto es el tiempo de cuaresma. La cuaresma puede ser un tiempo que vivamos sin mucha profundidad o puede ser un tiempo que vivamos con hondura. Un tiempo que no es solo para vivir, sino para reflexionar, para hacerlo parte de nuestros propósitos de cambio, de mejora, de renovación. Es importante descubrir para qué es la cuaresma:
·        La cuaresma nos recuerda que la vida cristiana es un «camino» por recorrer, que no consiste tanto en unas prácticas que cumplir o en unas normas que observar. Es el camino hacia la persona de Cristo, a quien hemos de encontrar, acoger y seguir. El motivo de este seguimiento es llegar con él a la luz y a la alegría de la resurrección, a la victoria de la vida, del amor, del bien. La Cuaresma es un camino, en el que acompañamos a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección. eso requiere que lo acompañemos a través del misterio de su sufrimiento, que lo amemos en el camino que el siguió.
·        La cuaresma nos impulsa a recorrer este camino con el Señor, no como una simple conmemoración, o un recuerdo de hechos pasados, sino como quien participa en la escuela de Jesús, viviendo los acontecimientos que nos trajeron la salvación. Es muy importante no quedarnos con los hechos como si solo fueran cosas del pasado que ya no tienen ninguna repercusión vital o práctica para nuestra vida.

lunes, 13 de febrero de 2012

SEGUIR A CRISTO, LLEVAR A PLENITUD LA PROPIA VIDA

43 Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: «Sígueme». 44 Felipe era de Bestsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro. 45 Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». 46 Le respondió Natanael: « ¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás». 47 Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». 48 Le dice Natanael: « ¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». 49 Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». 50 Jesús le contestó: « ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». 51 Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre». 

Jesús parte con tres discípulos pero no siente que no ha terminado su obra. Por eso invita todavía a otro discípulo. Y lo hace con la invitación con la que hace de un ser humano cualquiera un discípulo: sígueme. El sígueme de Cristo no es solo un ponerse en movimiento, es sobre todo ponerse a disposición de la misión que él quiere entregar. Es disponerse a entrar en la dinámica no de la propia voluntad, sino de la voluntad de Dios, es descubrir que la propia existencia entra en el marco de un plan más grande, que no anula a la persona, sino que la lleva a una plenitud que uno no se había imaginado. Muchas veces vemos el seguimiento de Jesús o como apartado de la realidad, o como mutilador de nuestra vida. Es todo lo contrario. Seguir a Jesús permite que el ser humano alcance metas que ni siquiera él pensaba que podría alcanzar. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Pues ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida “en Él” supone estar profundamente enraizados en Él. Por otro lado, seguir a Jesús es la única forma de vivir la realidad de la vida cotidiana en su autenticidad. La realidad que está hecha de grandes cosas y de pequeños detalles. La realidad que se vive en lo sencillo de las cosas de cada día y en la trascendencia de las grandes decisiones que marcan nuestra vida. La realidad, vista desde la perspectiva del seguimiento de Cristo, alcanza toda su posibilidad de hacernos grandes, de hacernos mejores personas, de vivir el bien en nuestra vida. La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis. Esta realidad que se puede aplicar a los grandes sistemas internacionales, también se aplica a la vida cotidiana. Todo fracasa cuando se pone a Dios entre paréntesis. (Benedicto XVI)

Hay un detalle más en esta reflexión sobre las raíces que hacen sólido al discípulo de Jesús en medio de la vida. Se trata del enfrentamiento con la propia fragilidad. Las afirmaciones de Natanael muestran que no siempre los seres humanos estamos a la altura de la llamada que recibimos, que muchas veces nos quedamos cortos por nuestro pequeño corazón, o por nuestros pequeños horizontes de vida. Sin embargo, el evangelio nos enseña que ni siquiera ahí Jesús nos abandona. El nos abre los caminos para que nuestra fragilidad no nos atore. El episodio de Natanael es una clara muestra de que Jesús nos hace pasar de nuestras perspectivas humanas, con frecuencia cortas, limitadas, a unas perspectivas que encajan en la visión de Dios. Mientras para Felipe y Natanael Jesús es solo un miembro de su comunidad que por su origen parecería dudoso, Jesús hace que Natanael llegue a la experiencia de la verdadera identidad de Jesús, con tres títulos: maestro, hijo de Dios, Rey de Israel. Títulos que, como en un mosaico, nos permiten ver la profundidad de quien es Jesús, de cara a mi vida, de cara a El mismo y de cara a la comunidad. El es el verdadero maestro que enseña el camino de la justicia y de la verdad. El es hijo de Dios, que posee la misma vida de Dios. El es el Rey de Israel, un titulo que se daba a Dios y que habla de la presencia de Dios en toda la comunidad del pueblo elegido. Natanael completa la experiencia de Felipe y abre la posibilidad de que Jesús se nos muestre como el señor de la historia, aquel en el que se lleva a plenitud la alianza entre Dios y el hombre. Esto no es accidental, sino que marca toda nuestra vida, porque nos da sentido, fortaleza y esperanza. Nosotros somos conscientes de nuestra pequeñez, pero en Jesús Dios verdadero y Hombre verdadero encontramos la seguridad de que Dios no nos abandona de que en el encontramos el camino hacia el cielo, hacia la plena experiencia de Dios. ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo? Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, “que está en el seno del Padre, lo ha contado” (Jn 1, 18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo “hasta el extremo”, no puede dejar de responder a este amor si no es con un amor semejante: “Te seguiré adondequiera que vayas” (Lc 9, 57).

jueves, 9 de febrero de 2012

LA EXPERIENCIA DE CRISTO ME ABRE A LOS DEMAS Y A LA IGLESIA

40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra". 

La experiencia de Jesús no es algo individualista, sino que se hace comunidad, se comparte, se hace comunidad. Esta comunidad se hace Iglesia, comunidad de todos los que han sido llamados. El evangelio nos enseña los rasgos del primer discípulo, el que oye y el que sigue, el que hace suya la palabra de Jesús y la transforma en vida propia. Eso es lo que hace que Andrés se encuentre con su hermano al que le da testimonio de lo que él ha oído, ha visto y ha vivido. Sin embargo, Pedro tiene que hacer por sí mismo la experiencia de Jesús. Por eso el evangelio dice y el llevo donde Jesús. Cada uno de nosotros puede y debe ser testigo, pero nunca puede sustituir a la experiencia personal que cada uno debe hacer de Jesús. Porque Jesús tiene para cada uno un don particular. En el caso de Simón, Jesús le va a hacer descubrir su propia identidad dentro de la comunidad que el formará más adelante. El va a ser la piedra. De este modo Jesús nos deja claro que él no busca los individualismos, sino que busca que exista entre nosotros la comunión que existe entre él y su padre en el espíritu santo. Por eso Jesús forma una comunidad, la comunidad de sus discípulos. Una comunidad que vive con todos los rasgos propios del ser humano, pero que al mismo tiempo está unida por la fe en Jesús: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. La convicción de hacer, ser y vivir en una comunidad es algo propio del cristiano, es algo a lo que el cristiano no puede renunciar. Una comunidad que no está basada en otra cosa que en la mirada de Jesús, no en la ciencia humana, no en la perfección, no en los honores, sino en el don de Jesús a través de alguien limitado como yo. Estar convencidos de que en la Iglesia vive la mirada de Jesús a pesar de nuestros límites es algo esencial para el encuentro con él. Porque al fin y al cabo todo lo que la comunidad nos da tiene una finalidad única, llevarnos donde Jesús, y tiene una liga única, recibir la mirada de Jesús. Esta experiencia de Jesús empuja a no quedarnos cerrados o atemorizados por nuestras limitaciones, sino a ser capaces de hacer que los demás también conozcan a Jesús. El discípulo, fundamentado así en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.

domingo, 5 de febrero de 2012

LA EXPERIENCIA DE LA AMISTAD CON CRISTO

Juan 1,35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. 36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». 37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: « ¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?» 39 Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. 
El evangelio de los primeros discípulos como lo muestra san Juan, muestra los rasgos centrales de lo que Jesús propone a sus discípulos. Todo tiene que partir de la experiencia que cada uno hace de Jesús. De eso no se puede prescindir. El camino de inicio de cualquier seguidor de Jesucristo no puede ser una teoría, una doctrina, una ética. En un momento u otro, el encuentro tiene que darse con la persona de Cristo. Pero eso requiere un corazón dispuesto a buscar, porque las respuestas que la vida da no satisfacen, porque los elementos con que la vida quiere llenar el corazón se descubren huecos, vacíos, incapaces de corresponder a los anhelos del corazón. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad.(Benedicto XVI) La pregunta de Cristo a los discípulos es para todos nosotros. ¿Qué es lo que buscamos en la vida? No basta con responderse por lo que nos entretiene, por lo que nos ocupa, por lo que nos absorbe. Todo eso sabemos que a la larga ni se sostiene ni nos llena. Lo que buscamos es lo que va a dar sentido a nuestro corazón. Lo único que da sentido a la vida es saber donde se vive, dónde hay vida. Ya nos rodean muchas cosas de muerte en la vida, nos rodea la pérdida del bien, de la verdad, de la conciencia. Todo eso no lo podemos solamente contemplar como un problema. Tenemos que aprender a verlo como una pregunta para nuestro corazón. Ante el misterio del mal que nos rodea, no es la economía, ni la política, ni el poder humano quien lo resuelve. Lo resuelve alguien que se entrega como un don de Dios para cada uno de nosotros. Lo resuelve el único que se puede señalar como el Cordero de Dios. Para los discípulos de Juan Bautista la expresión era muy clara pues hacía referencia al canto de Isaías, capítulo 53, en el que el Siervo de Yahveh se entrega por los demás, carga sus culpas, lleva sus dolencias 4 ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. 5 El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. 6 Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. 7 Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Al misterio de la muerte y del mal, Dios responde con el amor que se entrega. Ese amor que se entrega es fuente de vida para todos los que los siguen, para quienes hacen la experiencia de Él. De este modo, la experiencia personal de Cristo como la señal del amor de Dios que no defrauda en medio de cualquier experiencia del mundo, se hace una certeza. La experiencia de la amistad con Cristo nos da la certeza de que él hará lo que sea para que nosotros nos encontremos con su amor, una certeza que sostiene en medio de cualquier vicisitud.

viernes, 3 de febrero de 2012

CONVICCIONES PARA VIVIR


El cristiano no puede no ser un hombre de convicciones. El aviso que da la parábola de los diversos tipos de terreno nos pone en guardia contra aquel cristiano que recibe la palabra pero no tiene raíz, y en cuanto surge una persecución a causa de la palabra, su vida se seca. Ciertamente es un misterio que la palabra de Dios se vea sometida a la persecución, al ataque, al pecado, a la fragilidad, como también es un misterio que el ser humano, por lo menos aparentemente, eche a perder el don que había recibido. El evangelio es muy claro a este respecto, de que no todo está en la semilla, que también hay una responsabilidad en el tipo de terreno que la recibe. El terreno de piedra que señala la superficialidad de la raíz y el terreno de plantas espinosas que señala las dificultades del ambiente, son una doble imagen del cristiano que no tiene las convicciones necesarias para hacer que la semilla de Cristo dé el fruto que tiene que dar. La experiencia cristiana se tiene que enraizar en el encuentro personal con Cristo, en el descubrimiento de lo que Cristo es para cada uno, y en las repercusiones que este encuentro tiene para la vida. Mientras esa experiencia se mantenga viva, irradia una luz sobre la vida y llena de en medio de las más difíciles circunstancias. Circunstancias que pueden atenazar al cristiano de muchas maneras, pero que nunca le pueden hacer desprenderse de esa certeza fundamental. Por ello, al reflexionar sobre las convicciones centrales que nos sostienen como miembros de la Iglesia, como seglares, tenemos que cimentarnos en la experiencia personal de Cristo como discípulos a los que él invita a su seguimiento
(LAS CONVICCIONES DEL SEGUIDOR DE CRISTO 1)