martes, 6 de marzo de 2012

LO QUE CUARESMA ME PUEDE DEJAR

La cuaresma no es un tiempo para vivir intensamente algo que no deja nada en nosotros. No es una “borrachera espiritual” que se pasa y solo deja dolor de cabeza. La cuaresma es un entrenamiento, la cuaresma es una construcción, que, una vez terminada, debe dejar en nosotros estructuras sólidas de vida espiritual. Siguiendo las segundas lecturas de la liturgia de los domingos de este año, se nos entrega una buena guía con este propósito.

Primera estructura: pedirle a Dios una conciencia pura. Saber distinguir el bien del mal no es siempre sencillo. Pues nosotros tendemos a estar siempre de parte de nuestro egoísmo. Sin embargo, la conciencia es algo esencial para el ser humano, a fin de no equivocarse llamando bien al mal y mal al bien. La presencia de la amistad con Cristo nos ayuda a que esa luz no se apague en nosotros

Segunda estructura: mantener la certeza del amor de Dios en medio de cualquier circunstancia. Un examen personal y una revisión de nuestro entorno o de nuestra historia pueden sembrar el miedo en el corazón. Por el contrario, la cercanía de Cristo nos da la seguridad de que en medio de cualquier oscuridad, sea esta cual sea, brilla el amor de Dios que se nos entrega en la donación de Cristo hasta el final.

Tercera estructura: entender la sabiduría de la cruz. La cruz es algo que todos naturalmente rechazamos y que se contrapone a nuestra tendencia natural. Pero, de modo misterioso es el camino que Dios elige para mostrarnos su amor. ¿No es contradictorio? ¿O quizá es la señal de la fuerza de Dios que es capaz de transformar el mal en bien? ¿O quizá es signo de la sabiduría de Dios que hace que el amor surja incluso donde parecería que es imposible que salga? La cruz de Cristo nos enseña, cuando nos arraigamos en él, una fuerza y una sabiduría que no se detiene ante nada en la vida.

Cuarta estructura: saber que todo es un don de Dios. El corazón humano tiende a dar donde sabe que puede recibir. Es un círculo de egocentrismo. Con todo, este círculo no lleva a la felicidad, solo lleva a uno mismo, a los propios limites y carencias, y al final a la amargura. Por el contrario Dios tiene otro dinamismo, el dinamismo del don en la bondad. Este dinamismo tiene como fruto el que somos salvados de todo lo peor de nosotros y que se nos abre la puerta de lo mejor de nosotros. Como es un don del amor de Dios, no hay forma de presumir, con lo cual nos libramos de caer en las garras de nosotros mismos. De esta gratitud puede nacer el orientarnos hacia la práctica del bien en nuestra vida y con los que nos rodean.

Quinta estructura: hacer de Jesús el punto de constante referencia en nuestra vida. Todo lo dicho anteriormente podría ser inútil si no supiéramos que hay algo definitivo. Lo definitivo es la entrega de Jesús por nosotros, una entrega que es real, hecha de sufrimiento. Esa entrega es al mismo tiempo una invitación a que nosotros lo asumamos a él como estilo de vida, que nos refiramos a él en todo lo que hacemos, para que lo tomemos como pauta de nuestro caminar. Tenerlo como referencia es la garantía de que el mal no manda en nuestra vida. Tenerlo como referencia es la seguridad de que el bien es el sendero por el que transitamos.

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