viernes, 6 de abril de 2012

CAMINO DE SEMANA SANTA (4) ABRIRNOS A LA VIDA NUEVA DE CRISTO RESUCITADO


La pasión y muerte de Cristo no tienen sentido por sí mismas. San Pablo decía que si Cristo no hubiera resucitado seríamos los más necios de todos los hombres. Por eso vivir la Semana Santa es vivir la Pascua de modo completo es decir, es hacer nuestro el camino de por la pasión y la cruz lleva a la resurrección. La muerte de Cristo es nuestra vida, la resurrección de Cristo es para nuestra vida. Si queremos vivir bien la Semana Santa tenemos que vivir bien la resurrección. No nos podemos quedar atorados en el Viernes Santo, tenemos que llegar hasta el Domingo de Resurrección. Por ello es importante hacer nuestras algunas consecuencias prácticas que nos permitan esta experiencia completa.
1.   Participar lo más que podamos de los momentos que nos ofrece la liturgia: los ritos litúrgicos de estos días, si los vivimos con sentido, se convierten en una especial pedagogía para profundizar todo lo que Cristo quiso vivir: la procesión de palmas y la escucha de la Pasión el Domingo de Ramos, la misa de lavatorio de los pies y de institución de la eucaristía el Jueves Santo, la escucha de la pasión y la adoración de la cruz el Viernes Santo, la participación en los sugestivos ritos de la vigilia pascual con la proclamación del evangelio de la resurrección y la renovación de nuestro bautismo, serán pasos que nos permitan irnos enriqueciendo en el significado de la Semana Santa.
2.  Tener un libro de lectura espiritual sobre los misterios que Cristo vivió en la Semana Santa. El enriquecimiento espiritual y cultural que estos libros nos dejan, nos permiten entender mejor todo lo que vivimos en la liturgia. (Recomiendo "Vida y misterio de Jesús de Nazaret" de Martin Descalzo o "Jesús de Nazaret, del domingo de ramos a la resurreccion" de Benedicto XVI)
3.      Participar en los sacramentos. Los sacramentos son la vida de Cristo en nosotros, más aún, la eucaristía es Cristo mismo. Si podemos, acerquémonos a la reconciliación sacramental en estos días y de modo particular recibamos a Cristo eucaristía lo más frecuentemente posible. No hay mejor modo de vivir la Semana Santa que con Cristo en nuestro corazón.
4.   Vivir el mandato del Señor. Si hay un tiempo en que la caridad se tiene que hacer práctica, vida, compromiso concreto, tiene que ser la Semana Santa. Cada día de Semana Santa es un día que nos enseña con más profundidad el amor. Cada día de Semana Santa tiene que ser un día que se haga más concreta y coherente nuestra caridad hacia los demás.
5.      Descubrir qué parte de nuestra vida tiene que morir y qué parte de nuestra vida tiene que vivir, esto lleva a decisiones congruentes, serenas y esperanzadas que se hacen las semillas de la Semana Santa en cada uno de nosotros.

Queridos hermanos y hermanas, dispongámonos a vivir intensamente el Triduo santo, para participar cada vez más profundamente en el misterio de Cristo. En este itinerario nos acompaña la Virgen santísima, que siguió en silencio a su Hijo Jesús hasta el Calvario, participando con gran pena en su sacrificio, cooperando así al misterio de la redención y convirtiéndose en Madre de todos los creyentes (cf Jn 19, 25-27). Juntamente con ella entraremos en el Cenáculo, permaneceremos al pie de la cruz, velaremos idealmente junto a Cristo muerto aguardando con esperanza el alba del día radiante de la resurrección. En esta perspectiva, os expreso desde ahora a todos mis mejores deseos de una feliz y santa Pascua, junto con vuestras familias, parroquias y comunidades (Benedicto XVI).

CAMINO DE SEMANA SANTA (3) COMPARTIR LA MUERTE DE JESUS



22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. 23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. 24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. 25 Era la hora tercia cuando le crucificaron. 26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos». 27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: « ¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, 30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» 31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. 32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con él estaban crucificados. 33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir - « ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» 35 Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías». 36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle». 37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. 38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. 39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». 40 Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, 41 que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén. 42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, 43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. 44 Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. 45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, 46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47 María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto. 

El Viernes Santo no es un día cualquiera, es un día en el que conmemoramos de forma muy particular la entrega de Jesús hasta la muerte y muerte de cruz. No se trata de buscar experiencias extrañas, a través de devocioens extremas, sino de profundizar el significado de lo que Jesús vivió en su persona. El Viernes Santo conmemoramos la pasión y la muerte del Señor; adoramos a Cristo crucificado; participamos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Es un día para acudir a su corazón desgarrado, del que brota sangre y agua, como a una fuente; de donde mana el amor de Dios para cada hombre. El Viernes Santo es un día para acompañar a Jesús que sube al Calvario; dejémonos guiar por él hasta la cruz; y aceptar en nuestra vida la ofrenda de su cuerpo inmolado. Cada Viernes Santo tenemos la oportunidad de volver a valorar el don de una vida, la vida de Cristo por la salvación de otra vida, la nuestra propia. Quizá nos hemos acostumbrado a esto y ya no valoramos lo que significa. Pero la experiencia de saber que Cristo ha entregado todo su ser, todo su amor y toda su misericordia por cada uno de nosotros no puede dejarnos indiferentes. Se dice que el Viernes Santo es un día de luto, pero realmente debe ser un día para entender hasta el fondo, de un modo solidario, la muerte de Cristo y para reflexionar con madurez el sentido de su don por cada uno de nosotros. Esto fue lo que hizo san Pablo cuando afirmaba que “mientras vivo, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Si el Viernes Santo hacemos la práctica del Vía Crucis o hacemos la lectura de la Pasión del Señor narrada por alguno de los cuatro evangelistas, puede sernos de utilidad para hacer más nuestro lo que Cristo vivió por nosotros. Cristo no vuelve a morir, pero yo sí puedo hacer más mío lo que significó esa muerte para mí. El modo en que yo viva el Viernes Santo me puede ayudar a comprender el estado de ánimo con que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, y así descubriré lo que orientaba su obrar. El criterio que guió cada opción de Jesús durante toda su vida fue su firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre y de serle fiel. Una voluntad que tenía como motivación central el amor a cada uno de nosotros. Leer con calma la pasión y dejar que me hable al corazón, puede ser un modo de vivir el amor que se nos entrega en este viernes santo.

CAMINO DE SEMANA SANTA (2) CELEBRAR LA PASCUA CON JESUS


Marcos 14, 12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: « ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?» 13 Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. 17 Y al atardecer, llega él con los Doce. 18 Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo». 19 Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: « ¿Acaso soy yo?» 20 El les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. 21 Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» 22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». 23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. 24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. 25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios».

La Semana Santa es un camino hacia lo que llamamos el Triduo Pascual, es decir hacia los tres días (Jueves, Viernes, Sábado Santos) que encierran los misterios por los que Jesús nos entregó su vida y resucitó por nosotros. El primer día de este triduo es el Jueves Santo, en el que recordamos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Esta cena no fue solo un banquete de despedida. Esta cena encerró el misterio del amor de Cristo por nosotros a través de la eucaristía. La eucaristía que es el sacramento del amor. La cena de Jesús es el recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia, pero en realidad es la presencia de la verdadera libertad, la libertad del pecado, de la muerte, del mal. De acuerdo con la tradición, cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, conmemorando la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. En el Cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (cf. 1 Co 5, 7). El pan y el vino que Jesús ofrece ya no es solo la parte de una comida. Es a partir de este jueves, la presencia real del Señor entre nosotros. Al pronunciar la bendición sobre el pan y sobre el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación; Jesús les lava los pies (cf. Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. De este modo la cena del jueves nos regala un triple don: el don de la eucaristía, el don del sacerdocio y el don del mandamiento del amor. Cada Jueves Santo se nos vuelve a interrogar sobre lo que significa el don de Cristo, el don de un ser humano y el don a los hermanos. El jueves es la fiesta del don a la humanidad. El Jueves Santo nos invita a preguntarnos por nuestra capacidad de recibir los dones de Dios en la vida: el don de los demás, el don de Dios, el don que somos cada uno de nosotros mismos. No se puede vivir la Semana Santa sino es desde un corazón que entiende el sentido de abrirse a un don. 

El Jueves Santo tiene un momento particular en la noche: acompañar a Cristo que acepta en Getsemaní su muerte ante el Padre. Es el momento de la agonía en el huerto. Parece que Jesús se encuentra solo: un apóstol lo traiciona, los otros duermen y el Padre le pide que entregue su vida. A lo largo de la historia se ha hecho hincapié en esta soledad. En el dolor que le produjo esta soledad. La soledad de Jesús quiso acompañar nuestras soledades, nuestros momentos de abandono, cuando no hay otro camino que seguir solos hacia delante para hacer autentico el amor. Cristo siente, con toda la conciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y siente el abismo del mal más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte. Además de la muerte, siente también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que debe beber, que debe obligarse a beber, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos entender que Jesús, con su alma humana, sienta terror ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Así Jesús, en esta oración, transforma la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros; transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un «sí» a la voluntad de Dios.

CAMINO DE SEMANA SANTA (1) ENTRAR A JERUSALEN

1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, 2 diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. 3 Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", decid: "El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida"». 4 Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: « ¿Qué hacéis desatando el pollino?» 6 Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. 7 Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. 8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. 9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» 11 Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.

El evangelio nos presenta a Jesús como un rey que entra a su ciudad entre el júbilo de sus súbditos. Sin embargo, nos damos cuenta enseguida de que Jesús no es un rey cualquiera, no es un señor de los que se sirve de sus súbditos, sino un señor que viene a dar la vida por ellos. Jesús entra a Jerusalén como rey que está dispuesto a entregarse por los que él ama. Lo hace de modo pacífico, por eso entra en un burro y no en un caballo, lo hace entre ramos y no entre armas, lo hace entre niños que alaban su llegada y no entre soldados, lo hace entre sus discípulos y no entre sabios consejeros. La gente grita, con palmas en las manos, delante de Jesús, en quien ve a Aquel que viene en nombre del Señor, expresión que se había convertido en la manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a Aquel que verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios. Entra a la ciudad para morir en ella no para vivir en ella. Su reino no es de este mundo. Ssu reino no es como los reinos de este mundo, es un reino que se construye en el amor, en la donación, en el bien.
Esta la primera escena de nuestra Semana Santa. Pero ¿qué significa esta escena para todos nosotros? ¿Qué significa para nosotros que Jesús entre así en Jerusalén? El evangelio divide a los seres humanos en dos tipos de personas de acuerdo a como reciben a Jesús. Por un lado están los que le aceptan, los niños, los sencillos de corazón, los que saben que de él pueden recibir la paz, el sentido de la vida, la fortaleza para su vida cotidiana. Por otro lado están los que le rechazan, los que se creen sabios, los que se creen justos, los que se creen poderosos, los que, en definitiva, no necesitan de nadie más que a ellos mismos. Estos están cerrados sobre sí mismos y no podrán nunca recibir a Jesús. La principal esclavitud es la de uno mismo. La principal libertad es la interior. Somos esclavos cuando nuestro corazón está amarrado por el materialismo, por la soberbia, por la autosuficiencia. Somos libres cuando nuestro rey es Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Cristo Rey que entra en Jerusalén, nos da la libertad interior, que sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza en medio de las tentaciones diarias de materialismo, nuestra fortaleza en medio de las dificultades diarias, nuestra certeza de que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal. Nosotros podemos quedarnos fuera de Jerusalén y no entrar con Jesús. Podemos quedarnos fuera por el mal que hacemos, o por la omisión del bien que no hacemos. Podemos quedarnos fuera aunque pensemos que estamos dentro porque nuestra ley no es la ley del amor y la generosidad, sino la ley de la indiferencia y la frialdad. Entrar en Jerusalén es vivir al estilo de Jesús, es vivir en la amistad con él en lo cotidiano.

EL CAMINO DE LA SEMANA SANTA



Estamos en la recta final de la cuaresma. En unos días, comenzaremos la semana central del año para los cristianos, que es la Semana Santa, la semana en la que de modo casi milimétrico estaremos viviendo con Jesús su pasión, muerte y resurrección. La Semana Santa es la conclusión de toda la cuaresma, en ella se concluye todo lo que hemos vivido en estos días que comenzaron con el miércoles de ceniza y que a lo largo de las cinco semanas de cuaresma nos fue preparando para vivir, junto a Cristo, los misterios de su entrega por nosotros. Todo comenzó con la victoria de Cristo sobre las tentaciones dejándonos clara la necesidad de resistir al mal para seguir a Jesús. Después se nos invitó a poner nuestra confianza en Dios afianzados en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que nosotros nos convertimos en «hijos de Dios». El tercer domingo de cuaresma nos habló de que nuestra relación con Dios es una alianza que se lleva a cabo en Jesús, que es la verdadera alianza y el verdadero templo. El cuarto domingo, nos enseña que ningún fracaso lo es para quien se afianza en Dios, la clave está en aceptar los caminos de Dios, que no son nuestros caminos. Y finalmente, el quinto domingo, nos puso ante los ojos el sacrificio voluntario de Cristo que nos da la salvación: victoria sobre el mal y la plenitud de nuestra vida por el grano de trigo que muere para dar vida. Así llegamos al Domingo de Ramos, gran puerta de la Semana Santa. Prepararnos con profundidad es una magnífica oportunidad para recibir todo lo que la Semana Santa nos puede dejar.