viernes, 6 de abril de 2012

CAMINO DE SEMANA SANTA (2) CELEBRAR LA PASCUA CON JESUS


Marcos 14, 12 El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: « ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?» 13 Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle 14 y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" 15 El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». 16 Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. 17 Y al atardecer, llega él con los Doce. 18 Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo». 19 Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: « ¿Acaso soy yo?» 20 El les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. 21 Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» 22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». 23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. 24 Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. 25 Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios».

La Semana Santa es un camino hacia lo que llamamos el Triduo Pascual, es decir hacia los tres días (Jueves, Viernes, Sábado Santos) que encierran los misterios por los que Jesús nos entregó su vida y resucitó por nosotros. El primer día de este triduo es el Jueves Santo, en el que recordamos la Última Cena de Jesús con sus discípulos. Esta cena no fue solo un banquete de despedida. Esta cena encerró el misterio del amor de Cristo por nosotros a través de la eucaristía. La eucaristía que es el sacramento del amor. La cena de Jesús es el recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud egipcia, pero en realidad es la presencia de la verdadera libertad, la libertad del pecado, de la muerte, del mal. De acuerdo con la tradición, cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, conmemorando la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto. En el Cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (cf. 1 Co 5, 7). El pan y el vino que Jesús ofrece ya no es solo la parte de una comida. Es a partir de este jueves, la presencia real del Señor entre nosotros. Al pronunciar la bendición sobre el pan y sobre el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación; Jesús les lava los pies (cf. Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. De este modo la cena del jueves nos regala un triple don: el don de la eucaristía, el don del sacerdocio y el don del mandamiento del amor. Cada Jueves Santo se nos vuelve a interrogar sobre lo que significa el don de Cristo, el don de un ser humano y el don a los hermanos. El jueves es la fiesta del don a la humanidad. El Jueves Santo nos invita a preguntarnos por nuestra capacidad de recibir los dones de Dios en la vida: el don de los demás, el don de Dios, el don que somos cada uno de nosotros mismos. No se puede vivir la Semana Santa sino es desde un corazón que entiende el sentido de abrirse a un don. 

El Jueves Santo tiene un momento particular en la noche: acompañar a Cristo que acepta en Getsemaní su muerte ante el Padre. Es el momento de la agonía en el huerto. Parece que Jesús se encuentra solo: un apóstol lo traiciona, los otros duermen y el Padre le pide que entregue su vida. A lo largo de la historia se ha hecho hincapié en esta soledad. En el dolor que le produjo esta soledad. La soledad de Jesús quiso acompañar nuestras soledades, nuestros momentos de abandono, cuando no hay otro camino que seguir solos hacia delante para hacer autentico el amor. Cristo siente, con toda la conciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y siente el abismo del mal más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte. Además de la muerte, siente también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que debe beber, que debe obligarse a beber, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos entender que Jesús, con su alma humana, sienta terror ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Así Jesús, en esta oración, transforma la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros; transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un «sí» a la voluntad de Dios.

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