viernes, 6 de abril de 2012

CAMINO DE SEMANA SANTA (1) ENTRAR A JERUSALEN

1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, 2 diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo. 3 Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", decid: "El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida"». 4 Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. 5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: « ¿Qué hacéis desatando el pollino?» 6 Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. 7 Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. 8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. 9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» 11 Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.

El evangelio nos presenta a Jesús como un rey que entra a su ciudad entre el júbilo de sus súbditos. Sin embargo, nos damos cuenta enseguida de que Jesús no es un rey cualquiera, no es un señor de los que se sirve de sus súbditos, sino un señor que viene a dar la vida por ellos. Jesús entra a Jerusalén como rey que está dispuesto a entregarse por los que él ama. Lo hace de modo pacífico, por eso entra en un burro y no en un caballo, lo hace entre ramos y no entre armas, lo hace entre niños que alaban su llegada y no entre soldados, lo hace entre sus discípulos y no entre sabios consejeros. La gente grita, con palmas en las manos, delante de Jesús, en quien ve a Aquel que viene en nombre del Señor, expresión que se había convertido en la manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a Aquel que verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios. Entra a la ciudad para morir en ella no para vivir en ella. Su reino no es de este mundo. Ssu reino no es como los reinos de este mundo, es un reino que se construye en el amor, en la donación, en el bien.
Esta la primera escena de nuestra Semana Santa. Pero ¿qué significa esta escena para todos nosotros? ¿Qué significa para nosotros que Jesús entre así en Jerusalén? El evangelio divide a los seres humanos en dos tipos de personas de acuerdo a como reciben a Jesús. Por un lado están los que le aceptan, los niños, los sencillos de corazón, los que saben que de él pueden recibir la paz, el sentido de la vida, la fortaleza para su vida cotidiana. Por otro lado están los que le rechazan, los que se creen sabios, los que se creen justos, los que se creen poderosos, los que, en definitiva, no necesitan de nadie más que a ellos mismos. Estos están cerrados sobre sí mismos y no podrán nunca recibir a Jesús. La principal esclavitud es la de uno mismo. La principal libertad es la interior. Somos esclavos cuando nuestro corazón está amarrado por el materialismo, por la soberbia, por la autosuficiencia. Somos libres cuando nuestro rey es Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Cristo Rey que entra en Jerusalén, nos da la libertad interior, que sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza en medio de las tentaciones diarias de materialismo, nuestra fortaleza en medio de las dificultades diarias, nuestra certeza de que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal. Nosotros podemos quedarnos fuera de Jerusalén y no entrar con Jesús. Podemos quedarnos fuera por el mal que hacemos, o por la omisión del bien que no hacemos. Podemos quedarnos fuera aunque pensemos que estamos dentro porque nuestra ley no es la ley del amor y la generosidad, sino la ley de la indiferencia y la frialdad. Entrar en Jerusalén es vivir al estilo de Jesús, es vivir en la amistad con él en lo cotidiano.

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