domingo, 3 de marzo de 2013

SINFONIA CUARESMAL: EL 3ER MOVIMIENTO: CAMBIAR DE VIDA



Parecería que, con todo lo anterior, ya es bastante: elegir un plan y tener una guía. Sin embargo no podemos dejar de lado un aspecto muy importante del ser humano: NO SOMOS PERFECTOS, es decir, estamos en constante renovación interior y exterior.  Una actitud sana ante la vida reclama de nosotros un corazón humilde y sensato. No hacerlo así es pensar que ya hemos terminado todo lo que teníamos que mejorar en la vida, lo cual es, por lo menos, ligereza, si es que no autosuficiencia. El camino de la vida lo tenemos que hacer conscientes de nuestras posibilidades, y muy conscientes de nuestras debilidades. Si no es así, podemos caminar a ciegas y no ver las señales que nos van marcando a veces etapas, a veces significados, a veces llamadas que se nos hacen, a veces riesgos que es necesario evitar. Querer caminar implica necesariamente cambiar. ¿Qué es lo que tenemos que cambiar? A veces un simple examen interior nos basta para descubrirlo: no tenemos tanto polvo encima como para no vernos. Pero a veces, es necesario algo más, pues nos podemos haber cubierto de tanto polvo, que no somos capaces de vernos a nosotros mismos. ¿De dónde viene ese polvo? De muchas partes: superficialidad, ligereza, tibieza, comodidad, modas, pereza, costumbres, enojos, rebeldías, malos ejemplos, incomprensiones, y la letanía se podría alargar. Entonces, hace falta algo más que introspección. Hace falta una conmoción. 
De eso se nos habla en el evangelio del tercer domingo de cuaresma, para invitarnos al cambio de vida. Jesús es interpelado acerca de unos hechos luctuosos que habían sucedido en Jerusalén: el asesinato, dentro del templo, de algunos galileos, por orden de Poncio Pilato, y la caída de una torre sobre algunos transeúntes (cf. Lc 13, 1-5). Frente a la fácil conclusión, que sus contemporáneos le presentaban, de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y les pone en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras que sufren los seres humanos sean efecto de las culpas personales de quien las padece, por eso les contesta: "¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, se lo aseguro; y si ustedes no se convierten, todos perecerán del mismo modo". Jesús, va más allá de lo superficial e invita a sus oyentes a que vean esos hechos  de modo que sean motivo de reflexión sobre la propia vida y no motivo de acusación de los prójimos. Por eso, los sitúa en la perspectiva de la conversión, del cambio de vida. Así, les hace pensar que las desventuras, los acontecimientos luctuosos, no son para suscitar curiosidad o para buscar presuntos culpables, sino que son ocasión de reflexión, para devolvernos al realismo e interrogarnos sobre la relación de nuestra vida con Dios y con el prójimo, y, de ese modo, fortalecer, con la ayuda del Señor, el compromiso de cambiar de vida. 

Cambiar de vida requiere, en primer lugar, estar conscientes de la propia miseria y del respeto con que hay que relacionarse con Dios, con el prójimo y con uno mismo. De lo contrario, se es incapaz de encontrar el camino de salida del mal y orientarnos hacia el bien. Este camino hacia Dios, hacia los demás y hacia lo mejor de nosotros mismos, no se muestra a los que están llenos de suficiencia y ligereza, sino a quienes son capaces de asumir una actitud de humildad y desapego interior. Cada uno lo tiene que hacer a su estilo, pero todos lo tenemos que hacer, siguiendo el modo personal en que Dios se manifiesta en nuestra vida. Lo que nos tiene que quedar claro es que la posibilidad de cambio de vida exige aprender leer los hechos que nos suceden desde una perspectiva superior, esa que llamamos perspectiva de fe. Ante las cosas “buenas” (éxitos, aplausos, conquistas, realizaciones), o “malas” (sufrimientos, lutos, fracasos, derrotas), hemos de leer la historia humana con los ojos de Dios, el cual, sabemos que quiere siempre y solamente el bien de sus hijos, y que, en medio de su amor, a veces permite la prueba para llevarnos a un bien más grande. Cambiar de vida, convertirse, nos orienta en este sentido en cuatro dimensiones: evitar el mal, crecer en el amor, ayudar concretamente al prójimo en situación de necesidad, y vivir la alegría de los dones recibidos y de la amistad renovada con Dios y con los demás. Toda esta enseñanza se verá resumida en la parábola de la higuera que nos muestra al corazón de Dios siempre dispuesto a darnos una oportunidad de cambio.

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