jueves, 9 de febrero de 2012

LA EXPERIENCIA DE CRISTO ME ABRE A LOS DEMAS Y A LA IGLESIA

40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, "Piedra". 

La experiencia de Jesús no es algo individualista, sino que se hace comunidad, se comparte, se hace comunidad. Esta comunidad se hace Iglesia, comunidad de todos los que han sido llamados. El evangelio nos enseña los rasgos del primer discípulo, el que oye y el que sigue, el que hace suya la palabra de Jesús y la transforma en vida propia. Eso es lo que hace que Andrés se encuentre con su hermano al que le da testimonio de lo que él ha oído, ha visto y ha vivido. Sin embargo, Pedro tiene que hacer por sí mismo la experiencia de Jesús. Por eso el evangelio dice y el llevo donde Jesús. Cada uno de nosotros puede y debe ser testigo, pero nunca puede sustituir a la experiencia personal que cada uno debe hacer de Jesús. Porque Jesús tiene para cada uno un don particular. En el caso de Simón, Jesús le va a hacer descubrir su propia identidad dentro de la comunidad que el formará más adelante. El va a ser la piedra. De este modo Jesús nos deja claro que él no busca los individualismos, sino que busca que exista entre nosotros la comunión que existe entre él y su padre en el espíritu santo. Por eso Jesús forma una comunidad, la comunidad de sus discípulos. Una comunidad que vive con todos los rasgos propios del ser humano, pero que al mismo tiempo está unida por la fe en Jesús: ¿Qué nos da la fe en este Dios? La primera respuesta es: nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. La convicción de hacer, ser y vivir en una comunidad es algo propio del cristiano, es algo a lo que el cristiano no puede renunciar. Una comunidad que no está basada en otra cosa que en la mirada de Jesús, no en la ciencia humana, no en la perfección, no en los honores, sino en el don de Jesús a través de alguien limitado como yo. Estar convencidos de que en la Iglesia vive la mirada de Jesús a pesar de nuestros límites es algo esencial para el encuentro con él. Porque al fin y al cabo todo lo que la comunidad nos da tiene una finalidad única, llevarnos donde Jesús, y tiene una liga única, recibir la mirada de Jesús. Esta experiencia de Jesús empuja a no quedarnos cerrados o atemorizados por nuestras limitaciones, sino a ser capaces de hacer que los demás también conozcan a Jesús. El discípulo, fundamentado así en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario