jueves, 4 de octubre de 2012

PESAR LA VIDA, ENCONTRAR A DIOS


Cada momento de la vida humana tiene su importancia particular, y es propio de los seres humanos el darse cuenta del significado de ese momento. La vida puede pasar muy rápidamente, y diluir, de modo imperceptible, el peso que cada situación tiene para nosotros. Por eso, la presencia de ciertos eventos, particularmente marcados, nos sirven para no dejar pasar con ligereza lo importante. Nos encontramos al inicio del año de la Fe, un evento que puede ser solo un título, o el motivo para realizar algún que otro ritual, pero que no cambie la vida. Sin embargo, el año de la Fe, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Todos necesitamos cambiar para mejor de modo constante. Necesitamos dejar atrás muchas cosas y tender hacia otras que nos hagan personas de más valía. 
El proceso de cambio, de mejora, solo puede ser llevado a cabo por un motor interior, solo puede ser llevado a cabo por el amor, porque solo el amor responde al Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida, mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). (…) este Amor lleva al hombre a una nueva vida. De eso se tratan los grandes eventos de la vida, de hacernos capaces de cambiar, cambiar los pensamientos, cambiar la limpieza de nuestras emociones, cambiar la orientación de los comportamientos, por medio de una purificación y de una transformación, que, con frecuencia, es lenta, pero es real y que terminará el día de nuestro encuentro pleno con Dios, en la otra vida. No hay fe verdadera, si no hay una novedad de pensamiento, de acción, que cambia la vida del ser humano. Por eso puede sernos de utilidad el reflexionar un poco sobre lo que implica el encuentro de verdad con Cristo. Un encuentro que comenzó cuando éramos pequeños, pero que tiene que madurar en las diversas etapas de la vida. Un encuentro que aunque a veces transita por momentos de lejanía a veces, o de acercamiento otras, sin embargo que pide madurarse, para no dejar la relación con Dios en una situación de infantilismo, que acaba por no significar nada real en la vida, o, a lo mucho, acaba por ser una aspirina para determinados momentos, en los que nos urge tener algo espiritual a mano.
La consideración de la trayectoria de María Magdalena puede ser un modelo de relación entre Jesús y nosotros, que nos permite medir la autenticidad de nuestro encuentro interior. (CONTINUARA)

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