El cristiano no puede
no ser un hombre de convicciones. El aviso que da la parábola de los diversos
tipos de terreno nos pone en guardia contra aquel cristiano que recibe la palabra
pero no tiene raíz, y en cuanto surge una persecución a causa de la palabra, su
vida se seca. Ciertamente es un misterio que la palabra de Dios se vea sometida
a la persecución, al ataque, al pecado, a la fragilidad, como también es un
misterio que el ser humano, por lo menos aparentemente, eche a perder el don
que había recibido. El evangelio es muy claro a este respecto, de que no todo
está en la semilla, que también hay una responsabilidad en el tipo de terreno
que la recibe. El terreno de piedra que señala la superficialidad de la raíz y
el terreno de plantas espinosas que señala las dificultades del ambiente, son
una doble imagen del cristiano que no tiene las convicciones necesarias para
hacer que la semilla de Cristo dé el fruto que tiene que dar. La experiencia
cristiana se tiene que enraizar en el encuentro personal con Cristo, en el
descubrimiento de lo que Cristo es para cada uno, y en las repercusiones que
este encuentro tiene para la vida. Mientras esa experiencia se mantenga viva, irradia
una luz sobre la vida y llena de en medio de las más difíciles circunstancias.
Circunstancias que pueden atenazar al cristiano de muchas maneras, pero que
nunca le pueden hacer desprenderse de esa certeza fundamental. Por ello, al
reflexionar sobre las convicciones centrales que nos sostienen como miembros de
la Iglesia, como seglares, tenemos que
cimentarnos en la experiencia personal de Cristo como discípulos a los que él
invita a su seguimiento
(LAS CONVICCIONES DEL SEGUIDOR DE CRISTO 1)
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